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Las luces apenas los iluminaban, el público estaba apagado y todos se miraban extrañados.

La jóven cantaba frente a decenas de personas desconocidas. Su mano se desplazaba temblorosa a lo largo del diapasón de su bajo mientras su mirada nerviosa pasaba desde el instrumento hacia sus compañeros de escenario.

Con la misma mirada perdida que los otros tres, evitó mirar al público.

Parecían estar siendo obligados a seguir en aquel escenario, toda la felicidad anterior había desaparecido de un momento a otro. La cantidad de gente mirándolos fijamente alteraba su tranquilidad.

Ella hacía su mayor esfuerzo para cantar como en los ensayos sin público. Sin embargo, una pequeña parte del público acompañaba a la mujer con simples movimientos corporales que aún no se podían considerar pasos de baile.

No hubo aplausos que llenaran sus oídos, solo murmullos.

Las luces se apagaron dejando oculto al pequeño grupo de amigos que habían llevado un poco de ritmo a la noche en el bar clandestino.

La voz del dueño les alertó que salieran de la escena, y así lo hicieron.

En sus manos recibieron una botella de cerveza y dos panchos.

—¿Qué es esto? —Cuestionó con el ceño fruncido y ojos repletos de enojo—. ¿Y la plata?

—Es lo que se ganaron —Se encogió de hombros mientras fumaba un pucho—. Ustedes solo pasaron vergüenza y yo perdí mi tiempo dejándolos venir. ¿No eran una banda?

—¡Y si somos, flaco!

—No me alces la voz, pibe —El mayor empujó al chico y lo alejó—. Vayan a estudiar.

El dueño del bar cerró el portón y dejó al cuarteto afuera.

Entre los cuatro se miraban con pena.

—Abrí la cerveza vos, Román —Le pidió uno de los chicos al castaño.

—Partilo a la mitad y dame uno, dale —Pidió hacia el anterior. Daniel. Señaló con sus ojos al pancho.

La única mujer del grupo partió el pancho y le dio una mitad a Román, que seguía enojado por la paga recibida.

Hugo y Daniel también compartían el pancho, pero a mordiscos.

—Te dije que tenía que cantar yo, Vero —Mencionó Román con la boca llena.

Verónica no le hizo caso y continuó comiendo.

—Te trababas horrible —El chico recordó la manera de cantar de su amiga y la repitió—. Por eso nos estafaron con dos panchos y una birra sin gas.

—Bueno, vos tampoco hiciste mucho —Contestó la joven—. Sos el tecladista, supuestamente, y no sabes nada.

—Callate, boluda —Alzó la voz—. Estuvimos todos bien, menos vos. ¿Te escuchaste cantando acaso?

—Bueno, basta, Román. Cortala —Ordenó Hugo.

Román se encogió de hombros y le dedicó una mirada molesta a Verónica.

Daniel y Verónica se sentaron en la vereda, mientras que Román y Hugo discutían de pie al borde de la calle.

—No podemos seguir así, no vamos a llegar a nada si vamos a este paso —Se quejó Román dándole un gran trago a la botella de cerveza.

—¿Y qué queres hacer?

—No se —Suspiró—. Tenemos que cambiar de vocalista y meternos a un ritmo más movido, con onda, alegre.

Dreaming Rosario | Fito Paez Donde viven las historias. Descúbrelo ahora