Llaves

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Para bien o para mal –aún no lo tenía claro–, la semana siguiente hizo un calor bochornoso. El sol azotaba sobre los árboles nacientes, los prados vivamente verdoso y volvía el pavimento asfaltado en una parrilla pedragosa. Incluso los pájaros que buscaban las estaciones cálidas parecían haberse visto incómodos con las temperaturas porque se pasaban el día en fuentes, lagos y pequeños estanques artificiales para remojarse. Para mí, el calor evitó que me congelara por dentro.

Tantas preguntas y la respuesta a ellas se encontraba a cientos de kilómetros, oculta en forma de tinta sobre papel, en el cajón del escritorio de una empresa de administración de bienes en Gaetbol. Hubiera sido realmente liberador saber que mi papel en todo esto del funeral del tío Goong era solo asistir y llorar en su entierro, dar el pésame a sus familiares cercanos y tratar de superar el duelo lo más desapercibidamente posible hasta regresar a la normalidad. Realmente anhelaba poseer un papel secundario, incluso de reserva en aquel embrollo de melancolía. Una lástima que era yo quien debía conseguir un vehículo –el de mi madre estaría ocupado al tener que ir a trabajar–, ausentarme un día en la universidad y estar el sábado por la mañana en la Oficina de Defunciones de Gaetbol para firmar unos documentos a mi nombre.

A veces es curioso la forma en la que los secretos salen a la luz. Un día estás paseando a tu perro o escuchando el último hit en la radio y al siguiente sabes que tu tío, aquel que toda tu vida te ha cuidado y tratado como su propio cachorro, realmente te había convertido en su hijo. ¿Podéis imaginarlo?

Al entregarme la documentación necesaria que debería de llevar al notario, mi madre me pidió, indirectamente, que revisara mi cartilla de nacimiento. Su petición en especial me resultó extreña pero obedecí y tras leer un montón de datos sobre mí que ya sabía –nombre, apellidos, lugar de nacimiento y edad– pasé a la segunda hoja que se encontraba unida a la primera con un imperdible. El certificado de mi adopción, tras el fallecimiento de mi padre, por parte de Goong. No supe qué decir o cómo reaccionar, tan solo salí de casa sin pronunciar palabra, con un torbellino de pensamientos en la cabeza.

Así me vi abrumado el resto de la semana, donde mi tendencia evitativa hizo sospechar a más de uno. Quise que Bambam dejara de hablarme sobre los cómics que no me importaban en absoluto, que Taehyung fuera más maduro y supiera cuándo dar su espacio a las personas, deseé que mi madre no estuviera tan ocupada con su trabajo y me prestara un mínimo de atención y apoyo, y que Chaerin pudiera faltar al examen que tenía en otra asignatura el viernes para no dejarme solo en el viaje de cuatro horas que me obligaría a rememorar cada desgracia de mi vida. Pero lo que más quise en este mundo, fue que en lugar del rubio estuviera Yugyeom.

Casi me había olvidado de cómo olía su pelo y el destello en aquellos ojos cuando más que nunca me vi echándolo en falta. Le necesitaba. Más bien, requería de ese apoyo fuerte aunque dudaba que fuera certero pero que me hacía sentir refugiado entre sus brazos. No me quería y nunca lo hizo, pero eso no borraba la forma en la que me calmaba con su presencia cuando yo más vulnerable me sentía.

Ahora con Jimin, tenía la sensación de que no podía abrirme de la misma forma. Era un razonamiento totalmente estúpido. Tan absurdo como que el hecho de que el fuera mayor que yo por varios años me hacía querer mostrarme más adulto y afrontar los problemas de una forma sutil de la que yo no estaba capacitado. Pretendía actuar fuera de su conocimiento, ocultándole el motivo de mis pesadillas y mi déficit de atención en clase. Lo rehuí en varias ocasiones donde me preguntaba, visiblemente consternado por mi horroroso aspecto físico y la falta de energía en mí, si había ocurrido algo. Incrédulo, no estaba seguro de si él aceptaba mis negativas poco convincentes porque me creía o en el fondo sabía sobre la puerta de hierro oxidado que no me dejaba avanzar.

Aquel viernes en especial supuso un gran problema. Durante toda la semana me vi en la obligación de preguntar a cada uno de mis conocidos por el préstamos de un coche para el finde. Cada uno tenía su explicación de porqué no podía ayudarme y les respeté sin guardar rencor, albergando una mínima esperanza de que una oportunidad se me presentará antes del día pactado. No hubo suerte. Como último recurso me quedaba Yugyeom quien poseía coche pero no licencia –sus padres se lo regalaron al entrar en la universidad– y más de una vez me dejó conducirlo.

Magister • JikookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora