Hogar

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19 noviembre de 2027, Busan, Corea del Sur.

Las cosas nunca suceden porque sí. Igual que el melodiosos sonido de la campanilla, siempre insistente con su "tin-tin-tintín", sin añadir nunca un "tin-tin" de más, se presentaba avisador con la llegada o la partida de algún cliente. 

La campanilla sonó y no me hizo falta girarme a buscar de dónde procedía aquel rumor. El encargado de hacerla sonar era un hombre viejo y achatado, con la ropa limpia y bien planchada en contraste con su tez sembrada de arrugas. El hombre avanzó hasta sentarse en una de las mesas establecidas en el centro del local y me acerqué, con la sonrisa servicial ya instalada, a recibirle.

—Buenos días, joven, pediré un-...

—Un café oscuro, muy cargado y sin nada de leche —recité—, porque para beber leche ya fuimos niños una vez.

Los ojos del hombre me contemplaron llenos de gozo. Con una reverencia, me retiré a preparar su orden. Cuando regresé a la mesa, él tomó un sorbo y me miró con un aura entre sosegada y llena de energía.

—¿Cómo se llama, joven?

—Jungkook.

—Jungkook, ¿ha descifrado usted los secretos que hacen a un buen hombre?— medité en silencio unos segundos. No logré encontrar una respuesta coherente y decidí callar y esperar en silencio—. Venga, inténtelo.

—El respeto y la bondad.

—¡Bah! Eso es de lo que todos presumen y ninguno posee —se relamió los labios finos y resecos—. Escuche, lo que hace a un buen hombre es, así como le cuento, los deseos de ese hombre por ser alguien bueno —sorbió de nuevo—. Pero claro, en este mundo ya no hay nadie que desee ser un hombre hecho y derecho al completo, ¿no es así?

No supe qué decir. La campanilla resonó de nuevo y ambos, interrumpida la conversación por el traqueteo en la puerta, nos despedimos hasta volver a vernos. Fui a atender a los nuevos clientes. Tiempo después, alguien gritó:

—¡Jungkook! Ha llamado Chaerin preguntando si puedes ir a recoger a Hwan.

Entré en la sala del personal a atender el teléfono. Al parecer, la reunión de la empresa que manejaba mi amiga en nombre de su padre se iba a alargar y la retendrían hasta que la gente allí se quedara sin ideas o le entrara hambre, una de las dos. 

Miré el reloj en lo alto de la pared. Mi turno había terminado diez minutos atrás, pero la conversación con aquel hombre al que, al ser un cliente frecuente y haberlo oído con más gente, identifiqué como el Sr.Cho, me había absorvido tanto que no fui consciente del tiempo. Ahora que me daba cuenta, Chaerin había sido imprudente llamando a mi lugar de trabajo diez minutos después de que concluyera mi jornada; no obstante, eran tantas las veces que se me pasaba la hora trabajando que buscarme dejaba de ser un juego porque siempre estaba aquí o en casa. 

Le aseguré a Chaerin que iría a recoger a Hwan y, tras colgar el teléfono, me quité rápidamente el uniforme, me até los zapatos y descolgué la chaqueta de mi taquilla para recoger el resto de mis cosas y salir del lugar, haciendo tintinear la campanilla a mi espalda.

El frío en la calle había pasado a convertirse en una de las sustancias formadoras de la atmósfera. Después de cinco largos años acostumbrando el organismo al cálido clima de Barcelona, regresar a Corea en otoño había supuesto un contraste abismal. Metí las manos dentro de los bolsillos de la cazadora como un autoreflejo después de una semana caminando por aquellas heladas calles y me deslicé entre la gente que transitaba la vereda.

Cuando llegué a Barcelona, cinco años atrás, todo el mundo nos miraba allí como si mi amiga y yo fuéramos extraterrestres, habitantes de otro planeta. Me costó adaptarme al horario y las costumbres españolas y el hecho de no entender su idioma sólo creó más muros que saltar. Recuerdo con claridad cómo los primeros días veía aquella nueva realidad que se presentaba ante mí como un mundo mágico y diferente. Todo acrecentaba mi curiosidad y me fascinaba con simpleza. Al cabo de unas semanas donde tuve que mantenerme recluído en la casa que nos proporcionó el padre de Chaerin estudiando español, ya no me parecía tan divertido ser el extraño dentro de un mundo extraño. Pero no me rendí. Mi amiga estuvo ahí para ayudarme y encargarse sola de las gestiones mientras yo asentaba mi nido en la rama. Y al fin, logré defenderme fuera de las paredes de la casa.

Magister • JikookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora