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Fue triste que nuestro cuarto y último día completo en Barcelona antes de tomar un avión se presentara tan rápidamente. 

Todos aquellos días entre conferencias y turismo invernal por las costas catalanas me habían hecho darme cuenta de toda la vida que se movía al otro lado de unas fronteras. No me cansaría de repetirlo nunca, por más edificios que viera o comida que probara, todo seguía impresionándome y sorprendiéndome de una manera exorbitante. La abrumadora simetría de los rascacielos que se perdían entre nubes como si no pertenecieran a la tierra sino a un lugar exterior más lejano de nuestro conocimientos era impresionante. Y las delicias tanto saladas como dulces que nada más introducirlas a la boca parecía que tus pupilas gustativas bailaban del buen sabor era algo que nunca olvidaría. 

Todo aquello me hacía padecer una tristeza profunda al saber que dentro de poco tendría que despedirme y dejar atrás esta tierra donde me había sentido cálido al aterrizar. Era extraño. Había vivido toda mi vida en Busan y, sin embargo, una parte de mí sentía que tenía las raices enterradas aquí, a miles de kilometros de "mi hogar". 

Tal vez era porque en la ciudad donde nací las cosas no me fueron sencillas desde el principio. Fui diferente al resto y, como es algo que ya está normalizado, como el beber agua, la gente me repudió. «Lo extraño es peligroso», habían dicho aquellos quienes, encerrados en una sintonía, se perdían el amplio abanico de melodías fuera de la rutina. 

Era como volar por el cielo. Cuando me di cuenta de que los abusos de mis compañeros y las palizas de mi padre tan solo eran la correa que mantiene inmovilizadas las alas de un pájaro a su cuerpo, las cosas cambiaron. Toda mi vida estuve rodeado de gorriones. Pero, ¿y si yo no era como ellos? ¿Y si, quizá, yo era más como una golondrina? Aquel ave con un significado tan pleno y la cola recortada de una forma tan afilada que, vista contra el sol, parecían las hojas de una puntiaguda tijera.  

Encontrar mi nido en un lugar extraño rodeado de personas me hizo fijarme en ellos. Ese bello y brillante plumaje azabache no pasaría desapercidivo para cualquiera, y la forma de sus alas que se alzaban libres por el firmamento me hizo manetnerme expectante. Eran golondrinas. 

Al haber dado por terminada la conferencia científica, aquel día nos dejaron despertarnos más tarde. Mi cuerpo debió acostumbrarse a levantarse temprano y sentir el frío calador desde primera hora de la mañana porque ya no temblaba tanto al abandonar las sábanas del colchón. Bajé a la cocina, dejándola de lado cuando un chocolate caliente esperaba por mí en la máquina dispensadora y aquel dulce sabor a penas a las 10 a.m. me calentó por dentro. Le dí los buenos días a un Jimin sonriente que me hizo compañía al ser el único docente despierto y nos quedamos charlando un rato en el patio común. Minutos más tarde, observamos como Taehyung y Bambam llegaban con los pijamas aún puestos y el pelo revuelto. Las actividades que aquel viaje planteaba habían sido demasiado movidas para aquel par, drenandoles toda su energía y haciéndolos volcarse en un sueño profundo nada más su cuerpo rozaba la cama. Por ello se encontraban adormecidos y con cara de no saber dónde estaban actualmente. Un rato después, Chaerin apareció ya vestida y ligeramente maquillada por las escaleras que daban a los cuartos.

—Cuando estéis listos nos vamos— dijo la recién llegada sirviéndose una taza de café.

—¿Adónde váis? —Se interesó el mayor.

—Como tenemos tiempo libre, pensamos en ir a ver algunas tiendas de la zona y comprar recuerdos— la voz de Taehyung salió algo ronca a pesar de que su rostro era como ver una pequeña ardilla, todo abultado y con los ojos entrecerrados, cegados por la claridad.

—Entiendo, tened cuidado y cualquier cosa llamadme.

—¿Por qué no vienes con nosotros?— la propuesta de Kim nos pilló desprevenidos a todos.

Magister • JikookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora