Alivio

18 1 0
                                    

Después de dejar a Saja en casa, vagué como el espíritu de un caballero fallecido por los terrenos de la guerra. Mi mente se había quedado en aquel deshabitado callejón donde no dejaba de imaginar los besos dados. Redimido, permití que el instinto guiara mi avance. Entre ensoñaciones había entrado en algún lugar y había elegido uno de los asientos frente a la barra. Ni siquiera presté atención a la campana de la puerta. Un líquido sin etiquetar, de un naranja intenso, fue puesto frente a mí, contenido en un vaso largo de cristal. Yoongi me observaba de reojo, expectante.

—¿Has metido unos calcetines rojos en la lavadora con la ropa blanca?

—¿Qué? —se encogió de hombros.

—Tienes la misma cara que yo cuando, por accidente, meto ropa de color junto con la blanca y después sufro la ira del Ser más terrible.

—¿De qué Ser estas hablado?

—Las mujeres, muchacho, las mujeres.

Bebí de lo que resultó ser un zumo de naranja con demasiada azucar. Yoongi continuó hablando.

—Ahora en serio: ¿Qué es lo que te pasa?

—He besado a Saja.

Incluso si la expresión de su cara apenas varió, Yoongi pareció soreprendido. Él era así: sus nervios inalterables, ya fuera por un estímulo de alegría o enfado, no mostraban sobresalto alguno. Tenía horchata en la venas en vez de sangre. Un sonido de tintineo se oyó a mi espalda. Yoongi se apresuró en aquella dirección mientras yo le daba una segunda oportunidad al zumo que sabía que terminaría dándome diabetes. En cuanto regresó, le pedí que se lo llevara. Poco después apareció con una botella de ron entre sus finos dedos de pianista y compositor, además de camarero y dueño de un local. Antes de que pudiera protestar, dijo:

—Necesitas algo más fuerte que una naranja exprimida.

Sirvió dos vasos y se sentó a hacerme compañía. Mi mente se encontraba zurcida por las contradicciones más remotas. Por un lado, anhelaba el progreso que ese beso podía suponer; lo que siempre había deseado, y aquello lucía como la opción más segura: una relación con Chico Barro. No obstante, desde que sus rizos habían desaparecido de mi campo de visión, no había hecho más que pensar en una cosa. Jimin había constituido la mayor parte de mis pensamientos en aquel corto periodo de tiempo y peleaba ferozmente en mi cabeza por permanecer allí.

La verdadera razón de mi inacción se debía al abanico de posibilidades que se me plantaba delante. Jimin, precisamente, no entraba en dicho abanico. Tomé un sorbo de ron y me giré en dirección a Yoongi.

—Lo que pasó con Park Jimin no va a volver a repetirse— dije, más para mí que para él.

Yoongi asintió con lentos movimientos. Luego, vació su vaso con la misma calma en cada uno de sus movmientos mientras sus orbes negros se mantenían fijos en mí. Cuando volvió a posarlo sobre la barra, se secó la boca con la mano y sirvió un trago más.

—Por los comienzos acaramelados —alzó su copa.

Sus palabras me produjeron un vértigo abismal en las entrañas. Para evadirlo no se me ocurrió otra cosa añadir:

—Y por los detergentes multicolor.

Jimin había prometido intentar reconquistarme. El inesperado desenlace con Saja me dejaba un tanto indispuesto en cuanto a sus deseos, pero, aún así, la nostalgia me empujaba a aceptar su objetivo y proporcionarle mi nuevo contacto telefónico cuando me lo pidió en nuestro reencuentro. Tres días más tarde de aquello, Jimin me llamó para concretar horarios disponibles. No existía ningún plan fijo, en realidad. Cuando nos encontramos aquella tarde de noviembre, el sol vespertino azotaba con fuerza sobre nuestras cabezas. El rubio había optado por unas bermudas verdes con una camiseta blanca. Yo llevaba unos sencillos vaqueros negros y una camiseta gris ancha. En un momento dado, Jimin hizo un comentario:

Magister • JikookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora