Realidad

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Cuando había querido darme cuenta, ya estábamos los dos sentados frente a mí escritorio con la cabeza enterrada en un libro. Llovía a cantaros. Aquel dato no era ninguno nuevo puesto que oleadas de nubes gris habían estado custodiando el cielo en los últimos días, volviendo la presencia del sol una novedad. Yo no era especialmente un fanático de la lluvia. Prefería el calor para poder salir a la calle sobre la obligación que causan las gotas que caen de quedarte resguardado. Sin embargo, aquel día, tenía ganas de que no dejara de llover nunca.

Hacía unos días me había encontrado de nuevo con Yugyeom. «Tenemos que dejarlo», le dije. No fue de extrañar que todo su rostro se volviera igual de blanco que el algodón para después mostrarse con una expresión triste y desgarrada. «¡No! ¿Por qué, Kookie? Si todo va genial». A lentos pasos se acercó a mí hasta que pudo cogerme de las manos con una fuerza excesiva para asegurarse de que no huiría. Desde que nos conocimos llegué a intuir el comportamiento posesivo y receloso del menor. Suponía que su forma de ser se debía a su educación y que, probablemente, en su infancia nadie le hubiera negado alguna petición. Más tarde, cuando logré conocer a sus progenitores, los asemejé inmediatamente a los padres de mi amiga. Eran serios, refinados y con un aire estirado que les hacía verse con la espalda rígida en todo momento. No se podía poner en duda que era gente adinerada que cosechaba unos modales impecables. La similitud entre esta familia y la de Chaerin fue que ambos dejaron la crianza de sus hijos únicos a cargo de variadas niñeras cuya finalidad era complacer al menor. Todo aquel enjambre de cuidadores y sirvientes guio de forma directa a Yugyeom hacia un camino que le perjudicaría más adelante, dejando que su personalidad se volviera infantil, interesada y, a veces, un tanto tóxica. Y yo no podía continuar viéndome con alguien así.

«Lo siento, Yug, pero creo que las cosas se están saliendo de control y romper sería lo mejor». Ante todo mantuve la calma. Él comenzó a gritarme tratando de explicarme que lo que hubiera estado mal se arreglaría. El hecho de que estuviera alzándome la voz a menos de un metro de distancia me molestaba, y el agarre en mis muñecas no me permitía evadir la complicada situación. Le pedí que me soltara. Para mi sorpresa, accedió a la primera. Justo después nos quedamos mirándonos en silencio por unos minutos. Creí que se había calmado, que se rendiría y aceptaría que aquel era nuestro final. Pero de poco sirvieron mis creencias cuando volvió a hablar en un línea de voz.

«Es por ese profesor..., el Sr. Park, ¿verdad? —los músculos de mi cuerpo se tensaron ante ese apellido saliendo de sus labios—. Todo es porque te estas follando al profesor, ¿eh?», soltó una risa estruendosa que no me hizo para nada gracia.

«No es así»

«Entonces demuéstrame que me equivoco, Jungkook, ven conmigo y pasémoslo bien»

Otro de sus malos hábitos era llevar a la persona de la que quería algo a extremos mentales donde no sepa que decir y después tratar de persuadirla con una dulce sonrisa. Hubiera terminado cediendo si no fuera porque el dolor en la piel de mis muñecas me mantenía ligado a la amarga realidad. De modo que negué su propuesta y procedí a alejarme de allí dejando todo por zanjado. Su voz grave a mi espalda surgió en un tono alto.

«¿Adónde crees que vas? No he terminado de hablar contigo». Sus dedos se clavaron en la piel de mi clavícula, ingresando un dolor agudo en la zona.

«¡No tengo más que decir, Yugyeom! ¡Entiende que no puedo ser el juguete que usas cuando quieres y el resto del tiempo me trates como una basura!» Perdí los nervios.

«¿Es así como te sientes?»

«Sí.»

«Entonces, es tu problema», me soltó. La sangre se me heló en todo el cuerpo y creo que por un momento llegué a saborear el hierro metálico en la boca.

Magister • JikookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora