Sintiendo

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Sentado frente a mí, Jimin degustaba su propia taza de café con una beneración casi divina. La claridad que se filtraba por la ventana hacía que sus pestañas y todas las hebras rubias de su pelo relucieran como el oro. El café debía de estar muy caliente. Jimin lo sopló mientras lo removía con la cucharilla, creando unas pequeñas ondas circulares. Eran las siete y media de la tarde.

—La felicidad me colmó el alma cuando recibí tu llamada ayer —dijo.

—Sabes que no te he llamado para tomar únicamente una taza de café.

—Lo sé.

—¿Entoncés por qué sigues sonriendo?

—Porque me has llamado. —Y sorbió de su bebida aún humeante.

Fuera, había empezado a llover. Observé lo desagradable del clima con una pizca de ternura. En el pasado solía afrontar el asco que me producía la lluvia con una rabieta infructuosa. Su olor, su forma, su sabor, su tacto; todo me resultaba desagradable y ni razón ni consciencia poseía yo del porqué. Sencillamente, me abordaba una exasperación inusitada al oír su descompasado ritmo. Aborrecía con vehemencia lo alocado de su repiqueteo informal, como si fuera un niño travieso llamando a la puerta una y otra vez. Verla ahora, a través del cristal, no me alteraba el ánimo. Tan abrumado me sentía ya, que su presencia insoportable me resultaba, incluso, conmovedora.

Dejé de observar el clima lluvioso para mirarlo a él. No se mostraba impaciente. Dudaba incluso de que en algún momento de su vida él se hubiera llegado a exaltar por esperar. Tan quieto y silencioso como estaba, no hacía más que añadir carbón a la ya avivada hoguera de emociones en mi interior. Quería hacer lo correcto. Debía elegir, y elegir mejor que en el pasado. Pero, ¿qué escoger cuando el lobo es, ahora, perseguido por la oveja?

El café se me quedó frío. No se me ocurrió darle la más mínima importancia a dicho detalle cuando delante de mí Jimin comparecía con un humor impecable. Había algo detrás de su tranquilidad que perturbaba la mía.

—¿En qué tanto piensas? —le pregunté.

—En lo que vas a decirme y en lo que yo te diré en respuesta.

—¿Acaso sabes lo que voy a decir? ¿Eres una especie de vidente, o algo así?

Jimin sonrió, pero no dijo nada. El vínculo, aunque lleno de polvo y algo descuidado, seguía ahí. Dirac no mentía. Jimin tampoco respecto a sus sentimientos.

—Voy a serte sincero, Jungkook —habló—: una de las partes por la que me alegro que me llamases es porque así me ahorrabas hacerlo a mí. Verás, tengo algo que proponerte...

Me lo explicó lenta y abreviadamente, a veces caminando en círculos y otras desvariando del tópico inicial. Traté de entenderlo lo mejor que pude. Su propuesta, del todo inesperada, sin duda alguna brillaba por su novedad. Para resumir sus palabras, diré que Jimin se encontraba envuelto en un proyecto de la universidad. «Un curioso estudio de inofensivo descubrimiento», relataba, con el mismo tono mimoso con el que una madre habla de su pequeño. Si bien no entró en profundos detalles sobre los conocimientos requeridos para la realización correcta de dicho proyecto, me dejó saber muy claramente que se requería un mínimo de dos personas adultas. «El material necesario es un tanto pesado y yo solo no podría cargarlo».

No me quedó de otra que aceptar, pues, ¿Cómo iba a negarle ayuda a mi héroe de antaño? Cuando la lluvia escampó un poco y ambas tazas fueron vaciadas, ambos partimos en direcciones contrarias hacia nuestros hogares, con la promesa de encontrarnos ese mismo jueves –si el clima ponía de su parte– y dejarnos engullir por las boscosas sendas de la montaña Jangsan. Porque así era: el proyecto se contemplaba con una visita al campo incorporada como principal fundamento del éxito.

Magister • JikookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora