Una Nación en la Espalda de un Rey

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IX

Lenard miraba a todos a su alrededor, sin ocultar el fastidio en ello.

—Bien. Bufo, dando a relucir esa ira tan característica.—Como le dije al mensajero, dejare algo en claro, si se trata de la Formula, me largo.Expuso con la barbilla en alto, mientras apuntaba con su pulgar por sobre su hombro izquierdo.

Frente a el, la mesa larga y llenas de Cerdos y Cerdas se miraban unos a otros, comprendiendo rápidamente las palabras del Monarca.

Era una habitación de color gris oscuro por su mitad inferior, ya la superior era de un tono mas claro, para un ambiente mas monocromático y elegante. Medianamente grande, pues, tenia el espacio suficiente como para que esa mesa larga y ancha con doce asientos, no se sintiera tan apretada y sofocante; las dos altas ventanas daban lugar a la luz natural y provocaban una sensación cálida, pero sin llegar al limite de temperatura soportable. Al otro lado de la mesa, se encontraba una pantalla de proyecciones ya conectada a un computador, con algunos gráficos presentados. La primera silla, al lado anterior del proyector, estaba vacía, en aquel lugar privilegiado para el Rey.

Sobre la mesa habían botellas plásticas con agua en cada lado de los asientos, y tres paltos con golosinas repartidas a lo largo de la mesa de madera, que aun, nadie había tocado.

La sala entera sucumbió a un silencio que parecía eterno.

—Majestad. Hablo un cerdo bastante mayor de edad, con un tono calmado. —Por favor, cierre la puerta. Pidió suavemente, haciendo un gesto con su cabeza.

—¡Ah! Tengo que hacerlo yo ¡Increíble!.— Rio sin humor y con enojo se volteo para cerrar ambas puertas con fuerza.

El golpe hizo a algunos cerrar sus ojos, buscando paciencia, y otro mas solo respiraron profundo, acostumbrados a esas rabietas de su Rey.

Lenard bufo dándose la vuelta y sentándose de forma abrupta en su lugar y único vacío, dio un fuerte golpe con su puño cerrado a la mesa, tan fuerte que hizo a las botellas de agua volcarse sobre la madera.

Por ello es que dejaron de colocar vasos de vidrio.

—¡Bien!.Respiro profundo, buscando paciencia. —¿Que es lo que quieren ahora?, ¡Estoy ocupado!.

—...Dar un paseo nocturno todas las noches no es un oficio tan noble.— Llego a escuchar ese susurro, mas no supo identificar de donde provenía.

—¡¡Si, es muy noble!!, ¡Tan noble como el puñetazo que te meteré!, ¡¡Ten valor malnacido!!, ¿¡Quien lo dijo!?.— Se levanto de golpe, enseñando sus encías en rabia pura.

Varios cerdos mas mordieron sus labios, reteniendo todo impulso de hablar algo que no debían.

—Majestad, por favor.— Hablo el mas anciano de la habitación. Lenard le miro directamente.

El cerdo, que llevaba puesto un traje azul con algunas medallas sobre la bolsa de su vestimenta, tenia un bigote abundante rojizo y su cabello pelirrojo yacía pintado con lineas de canas muy llamativas a los costados de su cabello corto; las ojeras bajos sus ojos eran, igualmente, muy prestadas a robar la atención de cualquiera que las mirara.

El General Cerdo, Moustache.

—Le suplico que se calme, enseguida le informaremos cual el motivo tan urgente de esta Reunión.— Hablo pausadamente, calmando brevemente la rabieta de Lenard.

El sabia de antemano el carácter de su Rey y por ser el veterano entre sus lineas, también conocía la mejor forma de tranquilizarlo; sobre todo, de antemano guardando el respeto que la Monarquía le exigía.

Te Odio Tanto CerdoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora