Sufrimiento Constante

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I

¡NO! ¡DUELE... BASTAAAH!Red suplicaba a su contrario que detuviera el movimiento brusco y doloroso de su cadera.

El agrio dolor le retorcía en sus entrañas, perforando su interior con una fuerza que le arrebata el aliento con cada estocada. 

¡Jajaja! ¡Oh, pajarraco!Rio entre jadeos roncos y gruñidos extasiados. — Ah, nunca me cansaré de esto...¡Gime mi nombre Red!— Lenard lo abofeteó.

La pobre Ave pelirroja solo sollozó, su pico punzaba de dolor, el Mamífero lo había agrietado por los constantes golpes. Sus débiles y magulladas alas estaban esposadas sobre su cabeza, la fría madera en que su abusado cuerpo permanecía no ayudaba mucho a su comodidad... Y su entrada estaba siendo profanada por el gigantesco miembro verde del cerdo, de nuevo.

Los golpes dentro de su ser dolían cada vez más, cada penetración se sentía más profunda, creía que era imposible que pudiera tocar su estómago; que equivocado estaba.

Red cerró sus ojos, hinchados por las lagrimas saladas e inflamados por los moretones de su rostro; No quería, no quería ver correr su propia sangre alrededor de su frágil cuerpo. Pero su agresor lo hizo abrirlos abruptamente ante un apretón a sus testículos.

El Ave chillo, retorciéndose de dolor.

—Oh~ no, Red, tu verás cada movimiento que yo haga.— Relamió sus labios, ensanchando su sonrisa y arrugando su nariz ante la ola de placer que lo embargaba.  Lo veras... Joder, Tienes que ver y obedecerme ¡Como la maldita puta que eres!— El Rey de los cerdos dejó caer el látigo que mantenía a su derecha sobre el abultado vientre del ave.

Un látigo viejo que anteriormente había sido bañado con un acido vino, quemaba en las heridas abiertas de Red, quemaba y las marcas del golpe sobre la piel melocotón la tornaba casi tan enrojecida como su propio plumaje.

Las lágrimas se agotaron hace mucho, como la posibilidad de que lo rescaten de ese infierno constante. Era patético. Ahí, en la vaga oscuridad, donde la única luz era una vela en la esquina de la mohosa habitación, el fuego abrazaba la gran silueta sobre si, mostrando su rostro únicamente en su perfil izquierdo, mientras las gotas de sudor le caían encima; la bestia sedienta de su cuerpo era una imagen aterradora, mirándole directamente con aquellos ojos que reflejan maldad y únicamente maldad pura.

—¡Obedece! ¡Gime mi maldito nombre!— Lenard uso su mano libre para apretar el cuello de Red, mojándose un poco de la sangre que escurría meticulosamente de las mordidas profundas que antes había provocado.

Red le observaba con rabia y dolor punzante, el fuerte agarre empezaba a surtir efecto en sus pulmones, abrió su boca, tratando de retener el preciado oxigeno. La sangre que descendía de sus orificios nasales le inundaba el paladar.

Observó con su ceño fruncido al animal arriba de el, en un intento de fuerza, de valor y orgullo, mantuvo su lengua quieta, solo gimiendo dolorosamente por la penetración brusca y violenta.

Al no escuchar el canto  que quería del pelirrojo, su ira se encendió y soltando el dañado cuello coloco nuevamente sus manos en las tonificadas piernas emplumadas, soltó igualmente el látigo, tarándolo a algún lado del cuarto.

Te Odio Tanto CerdoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora