Harry Potter y la piedra filosofal I

1.1K 9 1
                                    


HOGWARTS: LA PIEDRA FILOSOFAL, parte 1

Un fuerte gemido fue seguido por una rauda liberación de fluidos que fueron a parar a la boca del famoso Harry Potter, mientras su esposa convulsionaba por el orgasmo que el "Chico que Vivió" le dio. Ginny Potter-Weasley era una esposa más que satisfecha. Tomó el rostro de su marido, uno de los magos más famosos de todos los tiempos, y le plantó un beso de lengua profundo y salivoso, de esos que solo ella sabía dar.

—¡Harry, eso fue estupendo!

—Lo sé, tengo mis trucos. ¿Quieres devolverme el favor, Ginny?

—Me encantaría, aunque creo que ya tienen ocupado mi lugar, jiji.

Si bien era cierto que Harry y Ginny eran esposos sexualmente satisfechos, nunca estaba de más traer más componentes a la relación para que la llama de la pasión se convirtiera en un incendio. A veces, ese componente extra era la mejor amiga de la pareja, que nunca ignoraba un llamado de los Potter para ir a divertirse en su cama. Mientras Ginny volvía a besar a su esposo, las sábanas se movieron y una mata de cabello castaño se asomó. Hermione Granger tenía una sonrisa lasciva en el rostro brillante.

—Puedes acompañarme si deseas, Ginny, hay mucho de lo cual agarrarse.

—¡Estupendo! Harry, querido, ¿te importa si Hermione y yo te chupamos juntas la polla?

—Para nada, adelante —dijo Harry, reposando su cabeza sobre sus manos con una sonrisa de satisfacción total, mientras su esposa y su amiga jugaban con su hombría bajo las sábanas. Era feliz. Más que feliz.

La vida no había parado de sonreírles a Harry y sus amigos desde que acabaron con el hechicero más peligroso de la historia. Todo había empezado muchos años atrás, en Hogwarts, la más prestigiosa escuela de magia en el Reino Unido...

Muchos años atrás...

Diagon Alley, Londres

Todo había sucedido excesivamente rápido. De un día para otro, después de que unas decenas de lechuzas aparecieran con cartas en su casa, Harry Potter se había enterado de que era un mago. Uno de esos que realizan magia de verdad. Un semi-gigante muy amigable que trabajaba como Guardián en una Escuela de Magia, Rubeus Hagrid, llegó a su casa donde vivía con sus tíos, y se lo llevó al Banco de Magia Gringotts, donde descubrió que tenía dinero para estar cómodo el resto de su vida. Usó ese dinero para comprarse un uniforme, una varita mágica, y una lechuza preciosa llamada Hedwig. Además, Hagrid había ido a Gringotts para otro asunto, algo secreto, un objeto largo y solitario que retiró de una bóveda, y que Hagrid guardó en una caja igual de misteriosa.

Pero a Harry le interesaba mucho más otro asunto, y es que, a donde fuese que iba por las calles del lado mágico de Londres, todo el mundo lo miraba con una mezcla de asombro, extrañeza y picardía que Harry no comprendía...

—¿Hagrid? —preguntó una vez más, mientras entraban a otro edificio más, cargando los baúles con las ropas, libros y demás elementos que habían comprado. Había sido un día muy ajetreado. Esta vez, el edificio estaba en la parte trasera de una callejuela oscura y estrecha, aunque había un par de luces de neón afuera.

—Espera un segundo, Harry —dijo el gigantón, buscando algo (o a alguien) con la mirada, tras entrar al sitio.

Parecía un bar de mala muerte. Hombres de todas las edades bebían los más diversos licores en mesas pequeñas, había un intenso olor a cerveza en el aire, y todos reían como borrachos. Las únicas dos cosas que diferenciaban este bar a la idea de bar que Harry tenía en su cabeza era que, uno, todos empezaron a mirarlo y susurrar su nombre tras entrar; y dos, que había damas con muy pocas ropas, algunas bailando, y otras mirando con sensualidad al joven.

Harry Potter relatosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora