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Estuvieron hablando por lo que parecieron ser horas. Hablaron sobre sus colores, lugares artistas y deportes favoritos. El chico de la ventana amaba el softball, andar en patineta (aunque no lo hacía muy seguido debido a su sobreproctectora madre), coleccionar monedas, la Nutella, Lana del Rey, el color azul.
Él le contó, en cambio, sus obsesiones con Once Direction, María the Diamonds, los gatos, los chili dog, los lazos y la poca habilidad que tenía para el deporte. Rieron como solo ríen los amigos que se conocen desde hace diez años.
De vez en cuando, Sonic dejaba salir de su boca comentarios sarcásticos, y de inmediato lo corregía todo, sabiendo que Tails no podría entenderlos. Fue entonces cuando la madre de Sonic tocó la puerta.
Aleena: ¿Puedo pasar?
Sonic: Mamá... Tú -El chico de la ventana estaba asustado -... Estoy vistiéndome, mamá. Podrías quedarte afuera?
Aleena: Claro. Solo te quería decir que la cena esta lista.
Sonic: Mamá... En realidad me siento un poco mal. Creo que prefiero dormir.
Aleena: ¿Seguro?
Sonic: Sí... Si me da hambre en la noche bajaré y prepararé algo, lo prometo.
Aleena: Está... Está bien. -Y en cuanto dijo esto, se fue.
Sonic respiró hondo. Aleena no era una madre de las que suelen enojarse por todo, pero encontrar a tu hijo hablando con un desconocido a través de la ventana no debe de ser algo muy lindo.
Cuando Sonic se volteó a mirar al chico de la ventana, este estaba chasqueando los dedos y mirando el suelo de su habitación.
Sonic: ¿Qué sucede?
Miles: Necesitas comer.
Sonic: comería si pudiera moverme...
Miles: Puedes moverte. Acabas de mover tu cabeza.
Sonic: Me refiero a que iría si pudiese caminar sin gritar.
Miles: Oh. -Su boca se abrió, sorprendido, como si hubiese olvidado el hecho de que Sonic estaba lastimado. -¿Te duele mucho?
Sonic: Lo normal. Tal vez no vaya mañana a la escuela.
