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Capituló XVIII

Sub pressura

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Tom era consciente de que estaban bajo la mirada de algunos curiosos. A decir verdad, no le importaba, porque por un momento comenzaba a sentirse libre. El peso que cargaba sobre sus hombros comenzaba a mermar y una extraña sensación de calidez le inundaba cada que sus dedos rozaban con los de ella con aquella naturalidad. Verla reír de esa manera tan despreocupada hacía que creciera dentro de él un sentimiento indescriptible. Y aunque el regaño de madame Pínce le hiciera llevarse las manos a la boca para controlar la risa, le pareció aún más gracioso.
Por primera vez estaban teniendo una conversación normal. Y una parte de él lo agradecía, estaba dejando de sentirse como un demente. Su cercanía estaba comenzando a ser demasiado cotidiana que Tom a veces olvidaba todas las veces que la había encerrado en la sala de objetos ocultos.
Por un momento su sonrisa se apagó.
Y un sentimiento de culpa comenzó a brotar.
Había pasado tanto tiempo perdido entre el deseo y la tentación que ella le proveía mientras estando bajo su control, que a veces olvidaba que Colette "normal" era mucho mejor que la sumisa.

Se reclinó sobre el respaldo de su silla para verla bien.
Ella pasaba un mechón de su cabello por detrás de su oreja y a continuación volvía a mojar la cabeza luna en la tinta para continuar con su escrito.

Pasaron un par de minutos antes de que ella pudiera percatarse de que estaba siendo observada de nuevo.

—¿Qué sucede, Riddle?

Interrumpió los pensamientos que le tenían absorto.
Parpadeo un par de veces.

—Nada. — se limitó a responder.

Y ella no volvió a insistir, volviendo a su trabajo, mojando una vez más la pluma. Aunque no pasó mucho antes de que volviera a preguntar:

—¿Quieres parar ya? Me pones de nervios.

Una sonrisa socarrona se asomó en sus labios.
Se inclinó hacia enfrente para apoyar su codo sobre la mesa para contemplarla mejor con la cabeza recargada sobre la palma de su mano de una manera relajada.

—Es lo usual. —contestó sin más.

—Si ya terminaste por hoy—comenzó dedicándole una mirada de reproche, —podemos continuar mañana, o puedes llevarte el libro si quieres.

Tom se incorporó en su lugar una vez más, cruzándose de brazos.

—¿Y perder la oportunidad de molestarte, sabelotodo? —repuso con un tono de burla en su voz—no podría.

Colette hizo una mueca de disgusto. Sabía que él lo hacía a propósito.

—¿Entonces?

—Te espero aquí mañana después de la cena, ni un minuto tarde—recalcó— o tendré que ir por ti a donde quiera que te encuentres.

Esa era una orden porque a pesar de estar siendo más amable con ella de lo usual, seguía siendo el odioso Tom Riddle. Ella solo lo miró confundida y un momento más tarde asintió por fin. A fin de cuentas era algo que habían comenzado juntos, era lógico continuar juntos.
Después de guardar sus cosas cerró el libro para guardarlo junto con el pergamino de sus apuntes recientes.