Captitulo XVI

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Oderunt te

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Sus manos traviesas viajan de su cintura hasta el filo de su falda, dudando por un momento si continuar o parar ahí mismo.
Pero continúa cuando el deseo se vuelve más fuerte que su sentido común. Deslizando sus manos por sus cremosos muslos, con tal delicadeza como si fuera a romperla por el tacto, apretando de vez en cuando solo para escucharla soltar gemiditos que le hacían perder más la cordura. Lo hizo una y otra vez solo por el placer de hacerlo. De sentirla estremecerse por él.

Se detuvo abruptamente cuando sintió por un costado entre la tela de su falta algo estorbarle. Entonces se separó un poco de ella, para investigar de qué se trataba. Ágilmente localizó el bolsillo de su falda, metió la mano y sacó un pergamino que estaba doblado en cuatro partes. Le dedico una mirada curiosa.

—¿Qué es esto? —preguntó sosteniendo el sospechoso pedazo de papel.

Colette se queda quieta en su sitio, con la mirada perdida una vez más, buscando las palabras correctas para él.

—Son mis notas.

Arqueo una ceja y abrió el papel. Era cierto, si eran sus notas. Pero de sus actividades diarias. Como un cronograma de lo que hacía por el día. Tom leyó el papel de arriba abajo, horrorizado. Pues cuando llegaba el momento de lo que hacía por las noches el papel se quedaba en blanco. Vacío.

La miró furioso.

—¿Por qué carajos haces esto? —de un movimiento violento la quitó de encima de él.

Se pone de pie nuevamente dando un par de pasos hacia atrás, luego dándole un rodeo al diván y más tarde quedándose de pie en el mismo sitio, pensando. Siente como si una roca muy pesada se hubiera acomodado en su estómago, y a su vez, una aguja muy fina le estuviera pinchando en medio del pecho. Se rasca con una mano y traga consecutivamente, la nuez de su garganta moviéndose arriba y abajo.

Tom, honestamente, jamás pensó que algo así sucedería. En primer lugar porque jamás se había visto en la penosa necesidad de maldecir a una chica para poder tocarla—debería sentirse orgulloso del poder tan enorme que posee sobre ella, pero no es así, no en estos momentos—, y en segundo lugar porque nunca imaginó, siquiera pasó por su cabeza, que ella pudiera comenzar a sospechar algo.

Una ráfaga de ira golpea contra su cuerpo y Tom aprieta la mandíbula mascullando una maldición por lo bajo. Su estado de ánimo se balancea entre el deseo y la desesperación. No sabe cómo actuar a continuación, lo que conlleva que vuelva a dar rodeos por la habitación, como una bestia enjaulada. Frustrado, mira de refilón a la muchacha sentada sobre el diván, con la mirada perdida, los labios hinchados y sin la mitad de su uniforme.

¿Y si la maldición estaba comenzando a perder su efecto?

¿Y si ella estaba comenzando a recobrar la consciencia? ¿Y si alguno de sus odiosos amigos estaba comenzando a sospechar de sus repentinas desapariciones nocturnas? No faltaría mucho entonces para percibir que algo anda mal, de hecho a estas alturas es probable que Tennyson ya esté intentando descifrar el misterio.
Una gota de sudor desciende por la nuca de Tom hasta perderse en el cuello de su camisa, a medida que pasan los segundos se hace cada vez más consciente del terrible error que ha cometido, el que haya ignorado una posibilidad tan viable como la de que Colette esté tomando poder de su conciencia mientras está con el.

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