Capituló XVII

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Angelum meum

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Tom estaba dando vuelta una vez más en su dormitorio, agradecido con Salazar por tener un cuarto solo para él y no tener que compartir su espacio con algún odioso compañero de su casa. Las manos le temblaban por la ira que estaba experimentando.
Su boca sabía a sal y azúcar, por culpa de ella. Y en su estómago se formaban un sin fin nuevas emociones, que por evidentes razones, él no alcanzaba a descifrar.
Se preguntaba a sí mismo como había sido tan idiota de nuevo, y sobre todo como se había tomado el atrevimiento de hacer semejante estupidez. Ella estaba consciente, no era a lo que él estaba acostumbrado, pues cuando estaba bajo el control de Tom, ella hacía lo que fuera que él ordenara. Pero esa noche fue espontánea. Nada de lo que había pasado fue planeado. No por él.

Y sentir que perdía el poder sobre ella le hacía poner los nervios de punta.

Pero por otra parte, Tom sabía—porque ella misma bajo su influencia se lo había confesado— que Colette no le era indiferente. Aunque él no sabía cómo expresar lo que sentía, y no es que no quisiera sentir; si no que el hecho de que fue procreado bajo los efectos de una poderosa poción de amor, le volvían complicada la manera en la que él sentía, para él, el amor era algo completamente desconocido, jamás lo había experimentado, no sabía cómo se sentía. Eso le ponía más de mal humor. Porque no sabía si la extraña sensación cada vez que la besaba era solo deseó, o si era algo más.

—«No, no es solo eso, no puede ser eso».

Se repetía así mismo de consuelo mientras seguía dando vueltas de un lado a otro por toda la habitación. Dubitativo.

Tom estaba analizando todo lo que había hecho, desde la primera vez que le había lanzado el primer Imperio. Todas las veces que la tenía cerca, cuando se dejaba envolver por su aroma, cuando acariciaba la piel de sus mejillas, cuando probaba lo dulce de sus labios, cuando perdía sus manos entre su cabello...

Joder. Si que se estaba volviendo loco.

Eso no podía ser solo deseo. Definitivamente no.

Ella se había encargado de despertar una parte de él que ni él mismo conocía. Ahora experimentaba celos, dolor, preocupación y muy probablemente... el amor.

Negó con la cabeza.

—Eso es imposible. —se dijo en voz baja para sí mismo, quizá para tranquilizarse un poco.

Dio un resoplido antes de dirigirse a la cama. Estaba cansado. Se sentía agotado y abrumado. Todo por ella, por la jodida niña bonita que lo tenía babeando en las banquetas como perrito faldero tras de ella.

Todo por Colette.

Esa noche volvió a soñar con sus ojos azules.




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Era lunes por la tarde cuando Heber Flint, un poco eufórico, registraba entre enormes estanterías llenas de grandes tomos de herbología. Su euforia no tenía nada que ver con estar haciendo lo que le gustaba—buscar material relacionado a su asignatura favorita siempre le ponía de buen humor—, sino porque se sentía increíblemente halagado de que Colette solicitara su ayuda en temas académicos. No es algo que sucediera todos los días, y no podía estar más encantado con la idea; Colette lo había ayudado en tantas ocasiones con diferentes asignaturas a lo largo del ciclo escolar, siempre de manera desinteresada—era muy estricta, eso sí—, así que lo mínimo que él podía hacer por ella era ayudarla a encontrar el ejemplar de El espinoso mundo de la Tentácula Venenosa que estaba tan desesperada por encontrar.

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