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Capituló XIX

Libet te

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Su cuerpo estaba petrificado, como tantas veces en esa semana, sus manos temblorosas sujetaban a Colette mientras seguía besando cada centímetro de su rostro melosamente, y sonreía, era la persona más feliz del mundo.

Acarició una y otra vez su cabello, espalda, su rostro, los labios de Tom deseaban reclamarla solo para él una y mil veces.

Abrió los ojos, para encontrarse nuevamente con esa mirada celeste y dejando su frivolidad a un lado, la sujeto fuertemente en un abrazo protector, no quería que se escapara, contemplandola por un eterno momento, quería explicarle todo lo que sus labios no podían expresar.

«¡Estaba viviendo un maldito sueño!»

Se besaron lentamente hasta que tomaron un ritmo más vivaz y desesperado, envolviendolos en un momento romántico y confuso para Tom, al ser la primera vez que se sentía de esa manera , una parte de él se veía desorientada.

Pero qué carajos importaba. Si después del calvario que su buen juicio había atravesado para que llegase ese momento, Tom se sentía pleno, como si acabase de conseguir el logro más grande de su jodida existencia. Tan sólo tres simples palabras y un par de gestos bastaron para que él se convirtiera en su títere, ella delicadamente movía los hilos de su vida de ahí en más, llevaba la batuta dirigiendo lo que debía de hacer y lo que no. Y no estaba seguro si ella era plenamente consciente de eso.

¿Cómo podía una niña ejercer tanto poder en él?, si era decidido, duro, frío, pero ella moldeaba sus emociones y el corazón de Tom solo con verle a los ojos, con sus besos. Y ya nada sería igual.

Estuvo por meses esperando ese momento. Meses obsesionado con el aroma tan dulce de Colette.
Teniendo que recurrir a sucias y bajas artimañas para poder tenerle cerca, celandola con cada jodido estudiante que se parara a su lado, deshaciéndose de cualquiera que osara ponerse en su camino.

Como un completo loco.

Ese no era el. El Tom Riddle que era antes había tomado sus cosas y se había marchado desde hace bastante tiempo.

Las manos de Tom se aferraban fuertemente a Colette como si fuera una especie de espejismo que fuera a desaparecer de un momento a otro cuando recobrara la consciencia. Su mente ya no pensaba con claridad, no se sentía como el mismo. Sin duda alguna esa era la mejor recompensa que pudo haber esperado. Hacía un par de semanas que había dejado de utilizar el Imperius en Colette, se dedicaban simplemente a estudiar como dos alumnos normales en una escuela normal, solo por el placer de tenerla cerca, de pasar un momento a solas con ella.

El monstruo que vivía en su interior se apaciguaba cada que tocaba su piel cálida.

Y por un instante pudo asegurar que por primera vez experimentaba lo que todos llamaban felicidad.

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—¡Termine!. —Colette bajo la pluma que tenía en su mano y la colocó sobre el pergamino frente a ella.

Tom levantó la mirada enmarcando una ceja.

—No era una carrera, Tennyson. —se reclinó sobre el respaldo de su silla aflojando su corbata.