Capítulo 21

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Omamá llegó a casa de la tía abuela Sarah justo antes de Pascua, y fue a ver a mamá y los niños por la tarde del día siguiente. Con ayuda de la portera, que ya estaba mejor de su pierna, mamá había limpiado y arreglado la casa para que tuviera el mejor aspecto posible, pero no se podía disimular que era muy pequeña y tenía pocos muebles.

—¿No podéis encontrar algo mayor? —preguntó Omamá mientras todos tomaban el té sobre el hule rojo del comedor.

—Nos saldría más caro —dijo mamá, sirviéndole un poco más de flan de manzana hecho en casa—. Apenas podemos pagar éste.

—¿Pero tu marido...? —Omamá parecía muy sorprendida.

—Es la Depresión, madre —dijo mamá—. ¡Supongo que habrás leído algo...! Estando tantos escritores franceses sin trabajo, ningún periódico francés va a encargar a un alemán que escriba para él, y el Diario Parisino no puede pagar mucho.

—Sí, pero de todos modos... —Omamá paseó la vista por el cuartito, bastante groseramente, pensó Anna, porque al fin y al cabo no estaba tan mal; y en ese mismo momento, Max, inclinándose para atrás en la silla como de costumbre, aterrizó en el suelo echándose un plato de flan de manzana por encima.

—...no es manera de criar a los niños —acabó Omamá la frase, exactamente como si Max la hubiera cristalizado para ella.

Anna y Max estallaron en una risa incontrolable, pero mamá dijo: «¡Eso son tonterías, madre!», muy secamente y le mandó a Max que fuera a limpiarse. «Lo cierto es que los niños están estupendamente», continuó, y, una vez que Max hubo salido del comedor, añadió: «Max está estudiando en serio por primera vez en su vida.»

—¡Y yo me voy a presentar al certificat d'études —dijo Anna. Esa era su gran noticia: madame Socrate había decidido, en vista de lo mucho que Anna había adelantado, que ya no había razón para que no se presentase al examen en el verano, junto con el resto de su curso.

—¿El certificat d'études? —dijo Omamá—. ¿Eso es una especie de diploma de la escuela ele- mental?

—Es para los niños franceses de doce años —dijo mamá—, y la profesora de Anna está sorprendida de que la niña se haya puesto a su nivel tan deprisa.

Pero Omamá meneó la cabeza.

—A mí todo eso me parece muy raro —dijo, y miró a mamá con tristeza—. ¡Tan distinto de como te educaste tú!

Había llevado regalos para todos, y durante el resto de su estancia en París organizó, como en Suiza, varias salidas con mamá y los niños, con las que ellos disfrutaron mucho y que normalmente no habrían podido hacer. Pero en realidad no entendía su nueva vida.

La frase «no es manera de criar a los niños», pasó a ser una especie de lema en la familia. «No es manera de criar a los niños», decía Max con voz de reproche a mamá cuando a ella se le había olvidado hacerle los emparedados para el colegio, y Anna meneaba la cabeza y decía:

«¡No es manera de criar a los niños!», cuando la portera pillaba a Max bajando la escalera por el pasamanos.

Después de una de las visitas de Omamá, papá, que generalmente lograba evitar encontrarse con ella, preguntó a mamá: «¿Cómo ha estado tu madre?», y Anna oyó a mamá responder:

«Muy amable y absolutamente carente de imaginación, como siempre.»

Cuando llegó el momento de su regreso al sur de Francia, Omamá abrazó cariñosamente a mamá y a los niños.

—Y acuérdate —le dijo a mamá— de que si te encuentras en apuros puedes mandarme a los niños.

Anna y Max se miraron, y Anna hizo con los labios como si dijera: «No es manera de criar a los niños», y aunque eso no estaba bien después de toda la amabilidad de Omamá, los dos tuvieron que hacer muecas horribles para no echarse a reír.

Cuando Hitler robó el conejo rosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora