Capítulo 20

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Cuando tú estás conmigo
Es cuando yo digoQue valió la pena todo, todoLo que yo he sufridoNo sé si es un sueño aúnO es una realidadPero cuando estoy contigo es cuando digo
Que este amor que sientoEs porque tú lo has merecidoCon decirte, amor, que otra vez he amanecidoLlorando de felicidadA tu lado yo siento que estoy viviendoNada es como ayerAbrázame que el tiempo pasa y él nunca perdonaHa hecho estragos en mi gente como en mi personaAbrázame que el tiempo es malo y muy cruel amigoAbrázame que el tiempo es oro si tú estás conmigoAbrázame fuerte, muy fuerte, más fuerte que nuncaSiempre abrázame

Abrázame fuerte, Juan Gabriel

Abrázame fuerte, Juan Gabriel

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Tan cerca de ella, de manera que podía inhalar su fresco aliento, sintió como si los años no hubiesen transcurrido. Las imágenes de aquel beso inocente que, se tornó en uno pasional y que le erizó todos los vellos del cuerpo, regresaron a él para recordarle que era un hombre con pasiones carnales y deseos inhibidos.

Porque sí, había reprimido esa parte de él o, más bien, las circunstancias se encargaron de que se olvidara de sí mismo para poder sobrevivir junto a su hija, en un mundo que se tornó en su contra desde aquel día en el que falló el salto que lo llevaría al éxito.

Ella, por su parte, temblaba por la anticipación de sentir los labios sensuales de él sobre los suyos, como aquella última vez, donde aprendió a besar.

A un roce de tirar los miedos y complejos a la borda, ellos abrieron sus bocas para unirlas; sin embargo, los pasos rápidos de la niña los hizo separarse con gran espanto.

—¿Qué hacen? —preguntó ella con recelo mientras los observaba con cara seria.

—N-Nada —tartamudeó Franco, quien se había apartado de Daniela en un santiamén.

—Estamos buscando los utensilios para preparar la cena —respondió Daniela con nerviosismo, al tiempo en que buscaba en la cocina con torpeza.

—Papi, no quiero estar sola. —Ashley se apresuró en dirección a él, luego lo abrazó por las piernas, como si lo reclamara suyo.

Daniela tragó pesado al notar la mirada fiera de la pequeña, quien la observaba con el ceño fruncido y expresión recelosa. De inmediato entendió su enfrentamiento visual y el mensaje que aquel abrazo le enviaba.

Por supuesto, Daniela nunca lucharía en contra de la pequeña con la que tanto se había encariñado, como tampoco pretendía robarle el amor y atención de su padre.

—Ve con ella, Franco, yo termino aquí —sugirió con tristeza y miedo de que la niña la viera como a una intrusa.

—Bien... —Franco arrastró la palabra sin quitarle la mirada frustrada de encima a Daniela. Tenía tantas ganas de besarla—. Disculpa; Ashley se pone caprichosa a veces —se excusó con un resoplido.

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