Capítulo 32

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Aquel calor leve se sentía exquisito, razón por la que su cuerpo lo buscó y se acurrucó en este. Se sentía tan rico estar piel con piel y percibir la manera pausada de ella respirar. Asimismo, aspirar el delicioso olor del cabello rizado, suave y abundante, que tuvo que recoger y ponerlo por encima de la almohada, le era fascinante.

Ella era la encarnación de la delicia y solo deseaba quedarse allí, pegado desde atrás al cuerpo frágil y delicado por siempre.

El deleite que sentía lo hizo querer acariciar la piel tersa de su amada, así que su mano cobró vida por encima de esta.

Daniela, por su parte, se movió un poco al despertase y sonrió cuando cayó en cuenta quien la abrazaba desde atrás. Era él, el hombre que ella amaba.

—Buenos días, mi amor... —balbuceó ella con voz tenue.

—Buenos días, mi hermosa Ratona. —Él le besó la cabeza y la apretó un poco más, acción que terminó de despertarla.

—Entonces no se trató de un sueño, todo fue real —razonó ella con ojos cristalizados. Estaba tan feliz que no sabía cómo expresarlo.

—No fue un sueño, amor mío. —Él le sostuvo la mano y la llevó a su pecho, en el lado donde se encontraba su corazón—. ¿Lo sientes? Lo nuestro es tan real como esos latidos que se intensifican por ti.

»¿Sabes por qué? Porque tú eres y siempre serás mi amor verdadero, la única mujer que supo ganarse mi corazón y a quien le pertenecen sus latidos. Te amo, Daniela.

Ella dejó salir las lágrimas que le estaban provocando escozor en los ojos, y lo jaló hacia sí para unir sus labios en un beso cargado de amor, pasión y entrega.

Las manos de Franco acariciaron la espalda desnuda, haciéndola estremecer con su suave y rico contacto.

El dejó de acariciarla allí y se dirigió hacia los pechos erguidos de su enamorada, quien gimió sobre su boca cuando él le atinó un pellizco leve que la hizo respingar.

Los dedos escurridizos de Franco viajaron desde allí hasta el abdomen, luego él se acomodó encima de ella y le besó el cuello y los senos.

Los gemidos de Daniela lo excitaron más de lo que él ya estaba, pero primero quería mimarla un poco antes de disfrutar de ese placer, que repetiría todos los días de ser posible.

Un jadeo acompañado con una risa nerviosa dejó la boca de ella, cuando él empezó a acariciar su punto sensible con roces circulares que la estaban enloqueciendo.

Daniela no tardó mucho en ser sacudida por un orgasmo que la hizo apretar las sábanas y arquear la espalda.

Franco no esperó a que ella se recuperara, de una vez unió sus cuerpos y empezó a disfrutar de la delicia que los roces, las embestidas y los movimientos de cadera le provocaban.

Sí, eso se sentía muy bien.

Daniela sonrió al escuchar sus gemidos, ya que le parecía muy sexy oírlo disfrutar de aquello.

Una sensación electrizante le recorrió toda la piel al rubio, quien empezó a estocar con más fuerza y certeza, asimismo, sus gruñidos y jadeos se tornaron más agudos.

—Ratona... —balbuceó en un gemido ronco, y dejó caer la cabeza en el pecho de Daniela, quien era sacudida por espasmos y quien también gemía al conjunto de él.

Un suspiro de satisfacción dejó los labios de ella y entonces le empezó a acariciar el cabello a Franco. Después de unos minutos en plena tranquilidad y silencio, ellos se levantaron de la cama y se fueron a bañar.

—Mierda, Ratona —dijo Franco de repente y dejó de vestirse.

—¿Qué sucede? —preguntó ella preocupada.

—No usé protección ahora. Con razón estaba tan sensible. —Se topó la frente.

—Ah, eso... —Daniela se mordió el labio inferior y restó importancia con gestos—. Me beberé la pastilla del día después, no te preocupes. Por lo demás, nunca lo había hecho sin protección, así que estoy limpia.

Franco la miró sorprendido y asintió con la cabeza.

Ellos salieron de la habitación y Daniela se dirigió a donde Ashley aún dormía, para despertarla y llevarla al baño, mientras que Franco rebuscaba en la cocina para hacerles el desayuno.

Aquella mañana, ellos tres salieron a pasear y almorzaron fuera. Ashley saltaba de un lado a otro llena de felicidad, ya que era la primera vez que sentía que tenía una familia completa.

Ella miró al cielo y sonrió con gratitud, al mismo tiempo en que rezaba que su felicidad durara para siempre.

Ella miró al cielo y sonrió con gratitud, al mismo tiempo en que rezaba que su felicidad durara para siempre

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Aquel lunes, cada cual empezó su rutina como de costumbre. Ashley se encontraba jugando con sus amiguitas en el receso, cuando unos niños se les acercaron.

—¡Feas! —vociferaron ellos a las niñas y les sacaron la lengua.

—Fea tu abuela —le contestó Ashley, quien también le sacó la lengua.

—¡Cállate, pobre! —profirió uno de ellos.

—¡Yo no soy pobre! Mi papá trabaja en una oficina y su novia es rica. Ella tiene un carro grande y bonito, y me hizo una habitación muy linda en su casa de millonarios. Ellos se dieron un besito y pronto tendrán un bebé, que será mi hermanito. —Ella le sacó la lengua de nuevo.

—¡Mentirosa! —exclamaron los niños al unísono.

—¡Es verdad! —defendieron las amigas de Ashley.

—¡Es mentira! Su papá es el hombre que limpia la escuela. Nosotros lo vimos en el lado de los grandes —refutó uno de ellos.

—¡Mentiroso! Mi papá no limpia la escuela. Él tiene otro trabajo lejos de aquí.

—Ah, ¿sí? Entonces ven a ver si estamos hablando mentira —propuso el otro.

—Nosotras no podemos ir al lado de los grandes, después la directora nos castiga —replicó Ashley y se cruzó de brazos.

—Nosotros hemos ido y no nos han castigado. Lo que pasa es que tienes miedo porque sabes que nosotros decimos la verdad.

—¡Mentira tuya!

—Ya dejen de molestar o llamamos a la profesora —profiere una de las niñas.

—¡Ashley es pobre, Ashley es pobre! —empezaron a cantar a coro.

—¡Mentira! ¡Déjenme en paz! —Ella estalló en llantos, pero eso fue combustible para ellos seguir molestándola.

A esos niños molestosos se le unieron otros, que retaron y se burlaron de la pequeña.

—Ashley, vamos a demostrarles que ellos son los mentirosos —propuso una de sus amigas—. Vamos a ir al lado de los grandes y todos verán que ese no es tu papá.

Ella aceptó hacerlo para que la dejaran en paz y no ser el siguiente blanco de acosos y burlas.

Los niños se escabulleron para el lado de la secundaria y siguieron a los dos acosadores busca pleitos. Una vez llegaron a donde Franco solía trabajar, señalaron al hombre vestido con ropa haraposa y que llevaba un trapo en la cabeza.

—¡Señor limpia escuela! —vociferó uno de ellos, entonces Franco se giró por inercia. Tanto él como Ashley se quedaron inertes en su lugar, al descubrir que el otro estaba allí.

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