Capítulo 8

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I used to think that I could not go on
And life was nothing but an awful song
But now I know the meaning of true love
I'm leaning on the everlasting arms
If I can see it, then I can do it
If I just believe it, there's nothing to it
I believe I can fly
I believe I can touch the sky
I think about it every night and day
Spread my wings and fly away
I believe I can soar
I see me running through that open door
I believe I can fly
I believe I can fly
I believe I can fly (woo)


RKelly

Presente

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Presente

«Dos días más...», pensaba mientras hacía la fuerte labor.

El sudor le recorría la frente provocando picor en los ojos, cuando parte del líquido salado se le escurría por las pestañas.

La piel le ardía debido a la quemazón que tenía en casi todo el cuerpo, causada por los rayos directos del sol a los que había estado expuesto todos esos días, sumándole algunos raspones que había recibido mientras cargaba los utensilios pesados de la construcción.

Miró la edificación y sonrió ante el resultado del trabajo arduo de muchos hombres que no eran remunerados con justicia.

Dado que aquel día tuvo que comerse la comida para poder seguir trabajando, se tomó su tiempo para pasar a buscar a la niña a la casa de la vecina, donde se quedaba después de la escuela, para que esta estuviera presente en el momento en que allí sirvieran le cena y le brindaran, de esa manera, su pequeña no se iría a la cama con el estómago vacío.

En esos días la vecina le estaba haciendo el favor de quedarse con la niña hasta que él regresara de trabajar, puesto que aquella labor requería que él estuviera trabajando desde temprano en la mañana hasta la puesta de sol.

Con dolor de estómago debido al hambre, caminaba con lentitud y, aunque estaba ansioso por llegar pronto a su casa, debido a lo agotado que se encontraba, se paraba por ratos para hacer tiempo. Dos horas más tarde, supuso que la vecina ya había hecho la cena.

Se arrastró por toda la calle donde el ruido en las bodegas era insoportable, asimismo, observaba cómo las madres perseguían a sus hijos con una correa en manos, vociferando todo tipo de maldiciones y palabras obscenas.

Los ojos se le cristalizaron ante la impotencia de no poder vivir en un mejor vecindario. Temía tanto por su pequeña y las malas costumbres a la que estaba expuesta. Llegó a la casa antes de pasar por ella, así se daba un baño y enfrentaba al casero sin que esta estuviera presente. No le gustaba que su niña escuchara ese tipo de conversiones, donde su padre rogaba a aquel señor que no los echara de la pieza.

Sonidos en la puerta le provocaron fuertes palpitaciones en el pecho, debido a que sabía quién era.

—Oh, señor Merán —fingió sorpresa y saludó con cortesía.

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