MADRE

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Nuestros idiomas son los sonidos, y las palabras la libertad.

Hay una canción tan vieja como si misma, sus palabras se perdieron por la selva entre las llanuras y tal vez llegaron hasta las montañas.

Mi madre no fue alguien justa y su destino tampoco, solo la escuchaba burlándose con el sonido de los pájaros y la naturaleza, para rejuvenecer junto a ella. Salida del barro y la lluvia, mientras más le gritaba del otro lado de la puerta, eran dioses creando figuras trazando caras en el barrio líneas tan pequeñas que morían ante los aguaceros de la lluvia.

Continuaban con la madera, sin alma para entender, pero de igual manera morían con el tiempo sobre de ellas nació de la naturaleza y para ella la vida era.

Como un juego sus manos suaves, su lengua se extinguió poco a poco con el paso de las lunas, su música se deshizo con el destino entre las manos, colgado de los pies se despedían emitiendo sonidos y se callaban dando palabras.

Su voz era suya y sus manos nuestras, era el altar y la esperanza en una sola.

La llamaban destino y se despedían al final de este mismo, con un camino de flores naranjas, sagradas entres sus manos, rayos de sol fundidas en ella, el oro creado en maíz al abrir los ojos y sobriedad de felicidad.

Todos los que hablan su mismo idioma lo acompañaban en su camino, mientras las aves las guiaban de regreso a su descanso, junto a las generaciones se convertían en animales sagrados iluminando el camino al más haya, como esa madera gastada oliendo a vida, recorriendo la silla por si sola.

Me gritaba dejándome casi sin odios, gritaba sin ser escuchada, moría sin que nadie la mirara
perdía el aliento al responder, se dormía por completo hasta dejarme abrazos del olvido y soñar con ella misma.

Le escribía a mi soledad todos los días esperando una respuesta, le hablaba a mi sombra y a mis ojos creyendo y cayendo en la espera, mientras ellos me hablaban al oído sin dejar que yo les contestara con sonidos.

Su canción se perdía junto con las palabras de cada párrafo que tenía, le gustaba escribir junto a la ventana en los días de lluvia, el olor a humedad, era algo que no la dejaba tranquila recordaba leyendas y vivía otras, libros en los estantes, la vela siseaba alumbrado el derrame de la oscuridad por su casa, no era muy grande, pero la seguía su televisión se quedaba apagada y su pequeña radio apenas funcionaba, caminaba descalza dejando las huellas por dónde pasaba.

Salía a reír bajo la lluvia se convertía en niña, mujer y madre.

Se convertía en dolor gritos y llanto era la naturaleza del tiempo, sus ojos eran como el sol, un color hermoso que no dejaba de mirarlos, su cabello largo de color negro, su piel morena tanto que parecía arte, sus piernas, sus ojos, cambiaba tanto y era tan diferente.

Era ella la madre, una recién nacida que lamentablemente no pudo vivir con ella, sus leyendas eran habladas por su lengua como fuimos creados, como fuimos creciendo y muriendo.

Los dioses la llamaron y ella se aprendió su lengua, su alma era aun más fuerte y menos libres como un colibrí al extender sus alas, y el al enamorarse de ella, le mostró la confusión de dos almas juntas.

Y las preguntas de dos corazones unidos.

EL VIAJE DE LAS LIBELULASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora