Descendimos. Primero lo hice yo, bajo la atenta supervisión de Jimin que, no contento con sujetar la cuerda, no paró de darme indicaciones innecesarias sobre dónde y cómo poner los pies para después bajar, con una agilidad tan pasmosa que no pude reprimir el asombro.—¿Pero tu a qué rayos te dedicas? —Le observé acomodar la cuerda y sacarse un par de linternas del bolsillos que no debían ser del hotel porque iluminaban sin necesitar golpes—. ¿Asaltabas casas? —Tomé la que me ofreció, aún impactado—. ¿Estás huyendo de la ley y te escondes en este pueblo con la excusa escribir un libro o qué?
Su risa, tan risueña como de costumbre, me dejó embobado. Aquel chico era tan diferente a mí como el agua lo era del aceite pero, entre lo del melocotón, su loco entusiasmo por mí y el hecho de que ahora estuviera allí, escudado en la estupidez esa de que tenía que cuidarme, me hacía sentir apreciado y querido, y esa emoción era tan nueva que no tenía ni idea de cómo gestionarla.
Lo había dicho la gelatina esa que se me aparecía cuando le daba la gana: su compañía era como bañarse en un bálsamo de paz, con la salvedad de que, sin embargo, a mí la paz me producía desconfiaza. Mucha.
Me aterraba la idea de confiar, de vincularme, y que luego me apartara. Me asustaba que supiera la verdad sobre mi familia y que me repudiara como el resto, dejándome solo y con la amargura de la desolación. Y, con la enfermedad, el terror se multiplicaba por dos. Si la operación fallaba o no llegaba a hacérmela y me tocaba morir, al menos quería ahorrarme agonizar hundido en rechazo.
—¿Que yo asaltaba qué? —Él, ajeno a mi reflexión, me respondió aún sin terminar de controlar la risa—. Lo que pasa es que antes hacía escalada y aún recuerdo algunas nociones. Es todo.
Ya. Como ese Tae Hyung, ¿no? La verdad, no entendía la manía que tenía la gente con querer perderse por las montañas y dormir a la intemperie, pasando frío y clavándose piedras en las costillas, con lo bien que estaba uno acostado en un sofá.
—¡Uf, pero mira todo esto!
Enfocó las estanterías y mesas atestadas de clasificadores de cartón, algunos fechados a mano y otros no, de libros amarillentos con pinta de desintegrarse al tacto, polvo en cantidades ingentes y telarañas por todas partes.
—¿Qué se supone que estamos buscando? ¿Algo de cadáveres?
Le observé abrir una carpeta al azar y toser al curiosear en su interior, con la inseguridad girando en mi cabeza como una ruleta.
No debía fiarme de él. Por bien que me hiciera sentir, Jung Kook, porque ya era evidente que sí que había hablado con él, me había dejado claro que nadie debía saber nada de lo que encontrara allí, ni siquiera Nam. Por eso había tenido tanto cuidado en escabullirme de los demás. Aunque todos sabían que el archivo existía y querían encontrarlo, les había mentido descaradamente con tal de llegar solo e indagar por mi cuenta. Y, sin embargo, extrañamente, Jimin estaba ahí. ¿Cómo?
—No deberías haber venido. —No pretendí sonar seco pero lo hice—. Te agradezco lo de la cuerda y todo eso pero, ¿sabes? Estoy trabajando y puede que no te hayas dado cuenta, porque eres expansivo como tu solo, pero estás metiendo tus narices otra vez en mis asuntos.
—Sí, soy consciente.
La confirmación me dejó helado. Consciente, decía. O sea, que le parecía bien y no tenía ninguna intención de excusarse.
—Y, entonces, ¿qué buscamos? —insistió—. ¿Muertos? ¿Un historial de sucesos en el pueblo? ¿Un cementerio perdido por alguna parte? ¿Casos sin resolver? ¿Un listado de todos los ahogados?
La mandíbula se me descolgó por la impresión. No solo tenía un montón de opciones en la cabeza parecidas a las mías sino que encima resultó que se organizaba mucho mejor que yo en medio de aquel caos de papeles. No le llevó más de tres minutos identificar las licencias y documentos actuales y deducir que las estanterías estaban estructuradas cronológicamente al revés, con los archivos más antiguos en los últimos pasillos y en la baldas más altas. De verdad, increíble.
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IGSAUI HOSU《YoonMin》 [#PGP2024]
Mistério / SuspenseMin Yoon Gi es un investigador privado al que diagnostican un tumor cerebral. Sin dinero para costear la operación, no le queda más que encerrarse en casa, abandonar su trabajo y esperar a que la muerte se lo lleve. Sin embargo, cuando la enfermedad...