4 | El llanto del muerto

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Me sorprendió verme corriendo por las inmediaciones del inmenso lago, zingzagueado por un camino de piedras musgosas que jamás había visto.

Me sentía en plena forma. La opresión en las sienes había desaparecido, al igual que las náuseas, de modo que no me costó atravesar los cerca de diez minutos que el paseo tardó en llevarme hasta un puñado de casas bajas amontonadas en torno a una plaza. Me detuve. El lugar estaba desierto. Hagseub-Jeongsin lucía como un enclave abandonado bañado por el sol del mediodía, sin ninguna sombra en la que refugiarse y un silencio sepulcral tan solo roto por el sonido de las suelas de mis deportivas al deslizarse contra la piedra del suelo.

—Qué asco. —Busqué el teléfono, con la esperanza de poder avisar a Nam Joon, pero, para variar, lo encontré fuera de servicio—. Para una vez que lo necesito...

Caminé unos metros. Divisé los puestos del mercado, recogidos y cerrados, y un par de carromatos antiguos cubiertos con lonas. ¿En serio allí vivía gente? El entorno se veía totalmente miserable y las puertas y ventanas de las casas estaban cerradas a cal y canto.

Volví a revisar el móvil. Eran las dos y cuarto de la tarde y no sabía ni cómo había salido del baño ni qué demonios estaba haciendo allí. Seguí caminando. Recordaba vagamente que los tumores cerebrales podían causar amnesias localizadas que afectaban a la memoria biográfica. ¿Acaso estaba empezando a sufrir una? Sería muy mala señal. Significaría que el guisante había crecido y... No, no, alto. Lo que tenía que hacer era dejarme de divagaciones y telefonear en cuanto pudiera al doctor para que me lo expli...

Una solitaria silueta, al fondo de la calle, interrumpió mis pensamientos. Cabello castaño. Espalda ancha. Jeans azules. Camiseta de béisbol. ¡Béisbol!

—¡Ey, ey! —Corrí—. ¡Ey! ¿Jung Kook?

El viandante se detuvo. Sus pupilas marrones se posaron sobre las mías. Era él. ¡Indudablemente era él!

—¿Se puede saber qué diablos haces aquí? —No quería resultar borde pero mi clienta lloraba por las esquinas por su culpa y él ahí, como si nada—. Tu amiga te está buscando.

—¿Hye Ri?

—La misma.

Desvió la vista al suelo. Avancé un par de pasos más.

—Chico, no sé lo que te ha hecho esconderte de esta manera pero, créeme, huir no soluciona nada. Lo mejor es que regreses y te dejes ayudar.

—Yo la amo. —Su susurro apenas me llegó—. Díselo, que siempre lo he hecho y que me arrepiento de no haber sido capaz de haberme confesado.

—Es mejor que se lo digas tu mismo.

Agitó la cabeza, en negativa, y, cuando estaba a punto de exponer que no se agobiara, que le ayudaría en todo lo que pudiera, un abismo colosal se hizo entre nosotros. El pueblo se esfumó. Y, de repente, me encontré sentado en el colchón de muelles viejos, en una habitación con olor a antiguo que no había visto en la vida.

Cogí aire. Joder; un sueño. Había sido solo un sueño pero, ¿en dónde estaba? A juzgar por las cortinas tupidas y el papel ocre de la pared debía ser una de las alcobas del hotel. ¿Cómo había llegado hasta ahí?

—¿Has dormido bien? —La estúpida alucinación de Yoongito me observó con su cara de pastel desde los pies de la cama—. ¿Estás mejor?

Le di una patada pero, claro, le traspasé y solo conseguí que me diera un calambre en el gemelo. Ay.

—Me preocupas —continuó—. No descansas y te niegas a escucharme.

Me dejé caer de nuevo sobre el colchón, resentido por el dolor. Por supuesto que no le hacía caso. Solo era un síntoma. Un síntoma de mi cerebro enfermo.

IGSAUI HOSU《YoonMin》 [#PGP2024]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora