CAPÍTULO III

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POV VALENTINA

El día domingo a las 6:45 de la mañana, mi tío Jacobo abordó un vuelo que lo llevaría de regreso a Inglaterra. Después de despedirlo en el aeropuerto, caminé hacia la camioneta donde me esperaba Alirio con esa gran sonrisa que lo caracteriza.

—No llore, señorita Valentina. Dos meses se le pasaran volando en la gran ciudad— me dijo – Lo sé, Alirio, pero no estoy acostumbrada a estar sin mi familia, pero para eso vine aquí, para crecer— le contesté.

— ¿Y que desea hacer el día de hoy, señorita Valentina? ¿No pensará ir a la empresa en domingo?— me preguntó.

—No, claro que no, Alirio— le contesté con una sonrisa –aunque la verdad, no tengo idea de que hacer en este primer día libre, tengo muchas cosas que hacer pero no sé por dónde empezar—.

Me puse a pensar en qué podría hacer ese día. Lo primero que se vino a mi cabeza fue la idea de ir a casa, mi casa. Donde viví junto a papá y mamá, pero no estaba segura de si ya me encontraba del todo lista para regresar a ese lugar. Después pensé en buscar a ciertos conocidos de la familia pero la idea se desvaneció al igual de rápido como llegó, así que sólo le pedí a Alirio que anduviera por ahí y tal vez podría ver algunos departamentos en venta.

Mientras pasábamos por una zona a unos kilómetros del centro de la ciudad, pude sentirme algo familiarizada por la calle que estábamos cruzando. Enfoqué mi vista hacia fuera de la ventana intentando reconocer qué era lo qué mi mente quería hacerme recordar. Era obvio que no se trataba de algún recuerdo sobre mi casa ya que nos encontrábamos al otro extremo de donde viví. Pasamos por dos calles más y de pronto, un gran patio con dos grandes árboles al frente llamó mi atención. Levanté la vista al edificio de dos pisos que se encontraba justo detrás de esos árboles y sin si quiera leer el gran letrero que anunciaba el lugar, sentí como los recuerdos cayeron en mí. – ¿Podríamos parar un momento aquí, Alirio?— le pregunté a mi chofer inmediatamente.

—Claro que sí, señorita Valentina— me respondió en lo que se orillaba al cordón de la calle para estacionar la camioneta.

Me quedé un par de minutos arriba de la camioneta observando ese edificio, cada uno de los detalles que me hacían revivir muchos recuerdos. Había algunos adultos y niños entrando y saliendo de él y otras solamente conviviendo en ese gran patio. Dudé por un momento en si pedirle a Alirio que partiéramos de ese lugar o de si bajar a observar un poco más de cerca. La curiosidad y mi terquedad en contra de mi razón ganaron y sin pensarlo mucho tiré la manija de la puerta –Regreso en un minuto, Alirio— le dije mientras bajaba de la camioneta.

Me acerqué al cerco de herrería color blanco que rodeaba al lugar, observé por un momento a mi alrededor y comencé a dar pasos hacia la entrada del patio. Primero di unos cuantos pasos volteado a ver a la gente que se encontraba cerca de mí, pensando que alguno de ellos se cuestionaría mi extraña presencia ahí, pero no fue así. Seguí caminando hasta que estuve de frente con las escaleras de cemento que te llevaban a la entrada principal del edificio y me detuve justo ahí. No sabía si continuar, pensé en darme la vuelta y regresar a la salida del patio pero cuando mi cerebro le mandó la orden a mis piernas de que giraran una voz interrumpió mi decisión –Buen día, señorita ¿puedo ayudarla?—.

— ¡Mierda!— pensé. Levanté la cabeza hacia la punta de las escaleras y me encontré con una señora de unos 45 años de edad, tez morena y melena café oscura que me sonreía de buena manera. —Ah... Sí ¡Hola!– Negué con la cabeza dándome cuenta de que contesté muy estúpidamente y continué –en realidad no, yo solo estaba mirando, lamento haber entrado sin autorización. Lo siento— me di la vuelta para emprender una carrera hacia la salida pero la voz de la señora se escuchó nuevamente –No tienes que pedir perdón, querida. No te estoy echando, solo quería saber si necesitabas ayuda— me dijo agachando los hombros y sonriéndome de nuevo. –Si estabas mirando es porque algo de aquí te interesa ¿estás buscando hacer feliz a algún pequeño o tal vez buscando empleo?— preguntó mientras su sonrisa se agrandaba.

SEMPITERNODonde viven las historias. Descúbrelo ahora