POV VALENTINAMe llamo Valentina Carvajal. Tengo 25 años, y viví hasta los 8 años de edad en la ciudad más poblada del estado de California y la segunda ciudad más poblada en E.U.A. –Los Ángeles, California—.
Al igual que todas las ciudades, Los Ángeles tiene sus zonas ricas y zonas pobres, y puesto que mi padre –León Carvajal— desempeñaba uno de los trabajos más respetables y deseados en el país –Socio mayoritario y jefe de Carvajal's Tower—, las cosas no nos iban mal. Nuestra vida era muy buena y no me mal interpreten, el dinero no me importaba y sigue sin importarme mucho, pienso que es algo que está sobrevaluado.
Mi padre, mi madre –Valeria Pineda de Carvajal— y yo, teníamos una gran vida. Vivíamos en el área más prospera de la ciudad y yo estudiaba en uno de los mejores institutos de L.A. Nuestra casa era grandísima y lujosa, incluso para nosotros tres y el personal de servicio –que se convirtieron en parte de nuestra familia—.
Nuestra apariencia física era palmariamente parecida: Mis padres tenían el cabello entre rubio y castaño, los ojos claros y algunas pecas esparcidas en el rostro; yo tengo los ojos azules, mi piel es blanca –casi pálida—, y mi cabello es castaño. Mis padres y yo éramos muy unidos. Mi padre, León Carvajal era un hombre excepcional, noble, muy trabajador, caballeroso y muy amoroso. Mi madre era una mujer de casa y con cientos de valores y virtudes, quien, junto a mi padre, me educó de la mejor manera posible –al menos, en mis primeros casi 8 años de vida—.
Todo cambio 3 meses antes de mi cumpleaños número 8.
Esa noche después de la rutina diaria, mamá y papá me acompañaron a mi habitación para acostarme y darme las buenas noches.
—La televisión se apaga a las 10 ¿entendido? – me dijo mi madre con una pequeña sonrisa y los ojos entrecerrados mientras me arropaba con el cobertor de mi cama. –Entendido, mamá— le respondí arrastrando las palabras.
Mi padre sonreía recostado en el marco de la puerta de mi habitación y después, comenzó a caminar hacía mi cama.
—Valen, te prometo que mañana estaré más temprano en casa y, tu madre, tú y yo, iremos al cine y te dejaré comer tantas palomitas como puedas— en breve sonreí y me levanté de la cama para lanzarme a sus brazos y abrazarlo –de haber sabido que sería el último abrazo entre él y yo, jamás lo hubiera soltado— de pronto, un ruido extraño y estruendoso golpeó el silencio de nuestra casa y yo solo sentí como mis ojos se agrandaron como platos por el impacto.
Mis padres voltearon a verse entre ellos con el ceño fruncido y antes de que mi madre pudiera hablar, mi padre le dijo en voz baja pero muy tranquila –quédense aquí, iré a ver qué sucede... seguramente Chivis olvidó algo en casa y regresó— mi madre asintió con la cabeza y me tomó en sus brazos para volver a acostarme en mi cama mientras mi padre salía de la habitación.
Mamá y yo seguíamos en mi cama en silencio pero en repetidas ocasiones ella me miraba a los ojos con una pequeña sonrisa y me acomodaba el cobertor que me cubría, transmitiéndome tranquilidad.
Después de un par de minutos un ruido tan fuerte como el anterior se escuchó de nuevo y luego otro y otro. Y en un abrir y cerrar de ojos no hubo más silencio, ya que, las voces de varios hombres irrumpieron dentro de nuestra casa. De pronto, sentí como nunca antes el miedo, no sabía a qué o porqué, pero de algo sí estaba segura, cualquier cosa que estuviera pasando abajo, donde estaba papá, no estaba nada bien.
Voltee a ver a mi madre y pude notar su angustia y su temor, pero al ella girar a verme a los ojos, relajó las facciones de su rostro como si nada sucediera y en un hilo de voz me dijo –Mi amor, necesito que te quedes aquí y nos esperes a tu padre y a mí, hasta que alguno de los dos te dé la indicación de salir, como un juego ¿me entiendes, bebé?— Yo solo la miré y, aunque ella intentaba mantener sus gestos y su mirada tranquila, supe que, al igual que yo, ella estaba sintiendo miedo. –Sí, mami, pero primero vamos por papá para que juegue con nosotras— le dije en el mismo tono que ella había utilizado.
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