CAPÍTULO TRES

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Al abrir los ojos me ciega la intensa luz del sol, que me toma un instante adaptar mi visión.

El aire es tan caliente que te sofoca. El cuello me duele demasiado.

Al incorporarme me doy cuenta del lugar en el que estoy. Es una camioneta, una camioneta vieja con un intenso olor a mandarina. No la reconozco. Los asientos son de cuero desgastado. El tablero es de un azul grisáceo y hay un zapatito que cuelga del espejo retrovisor. No distingo nada.

¿Acaso me han secuestrado?

Por puro instinto busco la palanca de la puerta y para mi sorpresa al empujarla, la puerta se abre y caigo de bruces en la arena caliente.

-¡Ah!. -La arena está muy caliente, tan caliente que quema.

Me incorporo rápidamente pero al hacerlo siento como da vueltas todo a mi alrededor. Coloco mis manos en las rodillas para darme un momento y respirar.

-Evie. -Dice alguien detrás de mí. Creo conocer esa voz pero no estoy segura.

-¿Te encuentras bien? -Siento unas manos fuertes y ásperas en mis hombros. No me muevo, debo de mantenerme quieta. Tal vez si trataban de secuestrarme. Tal vez hayan venido a buscarme. Debí saber que no sería tan fácil regresar.

-Evie, Carmen fue a buscar a tu mamá a la tienda, no debe tardar en llegar. -¿Mi mamá? Espera esto no es un secuestro. Un secuestrador no manda a buscar a tu mamá, al menos claro que quiera pedir una recompensa por mi rescate, en ese caso mi mamá no es la mejor opción para ello.

Con todo el piso dando vueltas aún me permito girarme para ver quien es el dueño de esa interesante voz.

Y ahí está.

-Nil.

-El mismo que calza y viste. -Nil sonríe abiertamente.

-¿Qué? -Estoy confundida, sigue siendo él, pero hay algo diferente en él.

-De nada por salvarte la vida.

-¿Qué? ¿Salvarme de que? -Nil arquea la ceja.

-Hace un rato. Creo que estabas por morir en la carretera. Suerte que te encontré a tiempo. De nada. -Vuelve a decir con una sonrisa de oreja a oreja.

-Yo no.

-Tu si, una palabra: insolación. Supongo que tanto tiempo viviendo en la ciudad afecto tu sistema y ahora no soportas un refrescante día de otoño. -Dice sarcástico.

Esto no tiene nada de refrescante. Debe ser el cambio climático. Cuando yo vivía aquí no recuerdo que el calor fuese tan intenso.

-Oh, espera. -Y con eso Nil desaparece. Lo cual me permite observar mi alrededor. Y ver donde estoy.

Era obvio. Estoy en el hotel de los padres de Nil. Los cuartos blancos, las palmeras fuera de él. La terraza con techo de palma. La inexistencia de pavimento. La tienda de artículos de surf. Ha cambiado. El lugar se ve diferente. No recuerdo si había un segundo piso.

-Toma. -Frente a mi se encuentra una botella de agua. Se ve tan deliciosa.

La tomo sin pensar y bebo tan rápido que se desborda. Estoy empapando mi camisa, pero no me importa. Está fría. Es la mejor agua que he probado en mi vida. ¿De dónde la sacan? ¿Del manantial de los dioses?

-De nuevo, de nada.

Limpio mi boca con el dorso de mi mano.

-Gracias, es la mejor agua que he probado en toda mi vida.

-No lo dudo, cuando llevas tanto tiempo caminando bajo el sol hasta el agua del retrete debe saber a paraíso.

Llevo la botella a mi frente, para refrescarme un poco. El sudor ha hecho que toda mi piel se sienta pegajosa. Siento la urgente necesidad de deshacerme de toda mi ropa.

-¿Vienes de visita o algo así? -Dirijo mi vista al punto donde observa Nil. La caja de la camioneta está repleta de cosas. Entre ellas mi equipaje.

-Algo así

-Ya veo

Suspiro. Por un momento he olvidado los motivos que me han traído de vuelta aquí.

-En realidad yo, vine para quedarme. -Confieso. No sé por qué le digo esto a Nil. No es como que sea algo mío, ni siquiera cuando vivía aquí éramos amigos.

-¿La ciudad no te ha tratado bien?

Fuerzo una falsa sonrisa. No era la ciudad, la ciudad era agradable, diferente a lo que conocía, pero agradable y el lugar donde vivía era maravilloso, pero no todo era agradable en casa.

-¿Bromeas? Era asombrosa ¿Sabes que hay en la ciudad? -Le pregunto.

-¿Qué?

-Cafeterías

Nil ríe. Yo alejo la botella de mi frente pero solo porque ya no me refresca lo suficiente. Ya se ha calentado.

-No te burles.

-No se, pero cuando dijiste que era asombrosa, pensé en otra cosa. Dije quizá sea alguna cosa del futuro. Wow, incluso pensé Guadalajara debe ser como otro planeta.

-Ja ja, burla te si quieres. Pero uno se acostumbra a los lujos allá. -Eso es cierto en este pueblo ni siquiera hay una cafetería, lo más parecido a una es el restaurante de la señora Elizabeth donde vende leche con chocolate y café de olla.

-Si quieres una cafetería está una en Santa Isabel de Portugal, el pueblo que está a 30 minutos de aquí.

-En la ciudad podía ir a la cafetería que estaba a dos cuadras de mi casa.

Nil no dice nada, me estaba observando con una pizca de burla, se que ahora le parezco graciosa, pero yo sé que por dentro sabe que vivir aquí es lo peor.

-No has cambiado Evie. -Dice al fin.

-Tu tampoco Nil.

Cuando te vas de un lugar, es normal extrañar por un tiempo la gente, el clima, la comida, los lugares. Todo.

Cuando me fui de aquí extrañaba todo, pero sobre todo extrañaba a su gente, a los vecinos chismosos y amables. Que te saludan todas las mañanas, vecinos a los cuales podías acudir con un par de tomates asados para pedirles que si por favor te dejaban usar su licuadora, porque la tuya se encontraba averiada.Vecinos a los cuales podrías pedirles una taza de azúcar. Vecinos amigables.

La familia de Nil, era la más conocida aquí. Su abuela fundó el hotel más famoso del pueblo, los turistas cuando vienen a visitarnos pasan a este hotel. Quizá sea porque es el primero que ves al llegar al pueblo y el único que tiene conexión directa con la playa. O quizá sólo porque la gente que trabaja y vive aquí es amable.

-¡Evelyn! ¡Evelyn! -Esa voz sí que la conozco.

Al girarme la veo corriendo para llegar hasta mi.

Al llegar, ambas nos abrazamos. No me importa el calor, esto es lo que necesitaba, un abrazo de ella. Me doy cuenta de que estoy llorando porque comienzan a arderme las mejillas.

Comienzo a sentir muchísimo más calor, pero no quiero que se aleje. Es como si al estar entre sus brazos todo lo malo se fuera, como si fuese una bandita en una herida.

-Mamá te extrañé muchísimo. -Logro decir.

Entonces su abrazo se vuelve más intenso, me aprieta con más fuerza y puedo sentir las lágrimas en mi hombro, ella también está llorando.

Con este abrazo al fin me siento en casa.

El día que se marchitaron todas las flores.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora