CAPÍTULO CINCO

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Al llegar a casa tengo que contener las lágrimas. La casa sigue igual. Todo sigue igual. Es como si el pueblo estuviese dentro de una cúpula y todo aquí dentro estuviese atrapado en el tiempo.

Nada ha cambiado, la pintura verde sigue en la fachada quizá más desgastada que antes, pero aún se conserva en su mayoría, la reja de la entrada. El jardín de la abuela. Incluso el número 15 escrito con pintura negra en la verja sigue ahí.

Al entrar nos recibe una brisa refrescante proveniente del abanico. Al fin un poco de aire fresco. Me saco las deportivas de golpe y corro a posicionarme de frente al abanico.

De verdad necesitaba esto. ¿Cómo puede la gente vivir aquí así, con tanto calor?

-Quítate de ahí. Te vas a enfermar. -Me dice mi madre.

Más ganas de llorar, ¿cómo puedo estar tan sensible hoy? Es el clima, me supongo. O quizá solo el hecho de que algunas cosas nunca cambian. Es como si esta mañana me hubiese despertado y los tres años anteriores a esto hubiesen sido solo un sueño y realmente yo nunca me he haya ido de aquí.

Casi, puedo recordar todas mis tardes así, llegando a casa después de clase, quitándome las zapatillas apenas entrase en ella y por supuesto comiendo un delicioso postre de mango que la abuela dejaba especialmente para mí, mientras veía la tv en la sala de estar.

Dios, cuánto extraño su postre de mango. Todos estos años he tratado de recrear la receta pero nunca me ha salido, ella tenía su toque especial, su receta secreta que nunca compartió conmigo.

-Por favor, dime que abu sigue preparando postre de mango. 

Mi mamá asiente, y yo siento que me voy a volver loca de la emoción. Voy corriendo a la nevera entre saltitos.

Y entonces lo veo. El verdadero amor de mi vida, es como si él también me estuviese esperando en el borde de la nevera. Esperando el momento justo en que llegase para devorarlo.

No me molesto en servirlo en un plato, lo como directo del recipiente de vidrio.

Definitivamente a esto sabe estar en casa.

-Evelyn, ¿qué pasó? -Dice al fin mi madre ¿Qué paso? Es lo mismo que me pregunto yo, la misma pregunta que me ha estado rondando por la cabeza todos los días durante estos últimos años, la pregunta que estuvo rondando esta mañana al tomar el autobús. ¿Qué paso? ¿Cómo respondo a eso? ¿Cómo doy una respuesta de algo que ni yo sé responder a mi misma?

Me encojo de hombros. Porque no tengo la respuesta.

-¿Te peleaste con Victor? -Mi madre se cruza de brazos.

¿Pelearme con victor?

Niego.

-Solo empezó a parecerme aburrida la ciudad.

Ella no me cree, lo puedo ver en su mirada.

-Entonces, ¿sólo estás de visita? -¿Solo estoy de visita? Esa es otra pregunta a la que no tengo una respuesta concreta. ¿Cómo es posible que un día tengas certeza de toda tu vida y al otro ya no tengas nada, vayas por la vida sin rumbo fijo, esperando que alguien más te de las respuestas a todas esas preguntas que te atormentan en las noches?

-No lo sé. -Sincero

Mamá suelta un suspiro, pero no dice nada más.

-Clara va a estar muy feliz de verte. -Dice al fin.

Una sonrisa sale sin avisar y de nuevo me entran estas enormes ganas de llorar.

Clara, mi hermana menor, no había ni un solo día en que no pensara en ella. ¿Cómo sería? ¿Qué tanto había cambiado? ¿Se acordaría de mí cuando me viese de nuevo? Eran preguntas que me hacía al pensar en el pueblo y en la gente que dejé atrás.

-¿Dónde está?

-Esta con tu abuela en la playa, han ido a vender la comida.

-No puede creer que mi abuela siga haciendo lo. Ella no debería de trabajar ya y Clara tampoco.

La abuela ha trabajado toda su vida, limpiando casas, como niñera, cocinando, haciendo postres. Toda su vida desde que tenía 10.

-¿Y qué quieres que hagamos? No todas corremos con la misma suerte de encontrar un hombre que nos mantenga.

Se que no lo ha dicho para lastimarme, pero si que lo senti asi.

Recuerdo habérselo dicho. Yo no quiero ser como tu o la abuela cuando sea grande. Yo si me voy a largar de este pueblo de quinta.

-Además desde que murió tu abuelo, el dinero ya no nos alcanza.

Eso es otra cosa que duele. El abuelo, la última vez que lo vi fue justo la mañana en que me fui, estaba recostado en su mecedora, solo observando la calle. Nunca pensé que esa sería la última vez que nos veríamos. De haberlo sabido, hubiese dicho algo diferente ese día, lo habría abrazado con más fuerza. Probablemente ni siquiera me hubiese ido.

Lo que pasa con los muertos y los vivos es que los muertos se van, a cualquier otra parte, se vuelven parte del viento, de la tierra, pero sobre todo del espacio de los vivos, de todos sus seres queridos, de sus pensamientos y de sus recuerdos. Si, los muertos se van, pero los vivos se quedan a tratar de vivir solo con el recuerdo de aquellos que estuvieron.

-Ya, lo entiendo. -Estoy tratando de arrancarme un padrastro de la uña.

-Como sea, igual debiste avisar que vendrías así te hubiese preparado algo.

-No es necesario.

Mar no responde, se acerca a la nevera a rebuscar.

-¿No deberías volver al trabajo ya? -Ella no responde. -Puedo quedarme sola y preparar algo, no es necesario que te quedes. De hecho no tengo hambre, solo mucho sueño y algo de sed.

-Le dije a Pedro que me dejara salir antes. Crees que iba a desperdiciar el resto del día en la tienda en lugar de estar con mi niña. -No respondo, por milésima vez en el día tengo este nudo en la garganta. -Voy a cocinar algo y luego podemos ir a darles la sorpresa a tu abuela y a Clarita, podemos comer allá en la playa.

Una lágrima se resbala por mi mejilla. ¿Cómo puede ser tan linda conmigo? aun cuando fui una idiota todo este tiempo, fui una mala hija, la peor hija del mundo.

-Te extrañe mucho mami. -Las lágrimas surcan por mis ojos, es como si hubiese abierto el grifo.

-Yo también cariño.

El día que se marchitaron todas las flores.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora