CAPÍTULO OCHO

5 0 0
                                    

Los días a tu lado, hicieron de ese verano. El mejor verano.

Cada día era mejor que el anterior. Ya no me bastaba con verte unas horas al día, quería verte a cada momento.

Me vi escapando un par de veces del restaurante solo para encontrarnos detrás de la piscina del hotel, para besarnos, reirnos como idiotas y decirnos cosas cursis.

Tu y solo tú eras lo único que necesitaba para tener un día perfecto. El verte sonreir me hacía feliz, el escuchar tu voz me alegraba el corazón. Cada momento a tu lado me hacía quererte más y más. Sentía que te conocía de toda una vida. Era como si tu alma y la mía ya hubiesen coincidido.

-Somos almas gemelas y estamos destinados a encontrarnos en cada vida por toda la eternidad. -Te dije un día a la luz de la luna.

Besaste mi frente y me envolviste con tus brazos. Me acurruque tan cerca de tu pecho que podía escuchar tu corazón latiendo. Me gustaba creer que latía por mí, suena egoísta pero, ¿que no el amor lo es?

Cada día era una aventura, siempre había algo nuevo por descubrir, por hacer. Me sentí turista en mi propio pueblo, pero es que contigo sentía como si fuera el primer día que estuviese ahí.

Creí que tendríamos más verano, que sería más eterno, que teníamos tanto tiempo, que nunca se acabaría.

Pero el tiempo es egoísta, y avanza sin importarle si estás viviendo el mejor momento de tu vida. Parece incluso que avanza más rápido cuando estás feliz y enamorado.

Cuando menos lo pensamos el verano estaba apunto de terminar y tú y yo debíamos separarnos.

El primer día que hablamos me dijiste que solo planeabas quedarte un par de días, pero al conocernos tu estancia se alargó.

Aumentaste tu estancia ahí, solo para prolongar lo mayormente posible nuestra despedida. Nunca hablábamos de ello, pero era algo que ambos sabíamos, una angustia que ambos compartimos, la angustia de saber que un día a ti y a mi nos separarían miles de kilómetros de distancia.

Nos aferramos tanto a lo que habíamos construido que no queríamos imaginar que aquello pudiese terminar.

Pero como todo lo malo, tarde o temprano el fin del verano nos alcanzó, dejándonos ver cómo por mucho que evites algo, muchas veces no puedes escapar de él.

No puedes escapar del tiempo, este siempre te alcanza por mucho que intentes huir, eso aprendí ese verano.

-No quiero que esto termine aun. -Te dije aferrandome tan fuerte a ti.

Era nuestra última noche juntos, el verano había terminado, saldrías mañana temprano, pero habíamos buscado el modo de pasar el mayor tiempo que nos quedaba.

Esa noche nos habíamos visto justo después de terminar mi turno. Paseamos un rato por la playa y luego te despediste de mí, me acompañaste a casa. Y luego cuando todos en ella estaban descansando, me escabullí para ir a tu encuentro.

-No tiene que terminar

-¿Vas a quedarte aquí conmigo? -Pregunte

-Me encantaría -confesaste. -Pero no puedo y lo sabes.

Sentía como se instalaba un nudo en la garganta.

-¿Por qué no te quedas esta noche conmigo? -Me preguntaste mientras acariciabas mi cabello. ¿Quedarme contigo? Eso me ponía nerviosa, tú me ponías nerviosa.

Sabía que podías querer mas si me quedaba contigo y yo no sabia si queria mas, no es que no lo hubiese pensado. Es solo que yo era virgen y sabía que tu no lo eras.

Debía decirte que no, pero lo que sucede es que mi mente decía que no, pero mi corazón decía otra cosa. No pensé en lo que mamá me decía, "no cometas mis errores. Eres más inteligente que eso Evie, no mereces pasar por lo que yo."

-No haremos nada que tu no quieras. -Es como si leyeras mi mente. -Solo podemos dormir juntos, abrazados, así como ahora. -Me abrazaste aún más fuerte.

-De acuerdo, me quedaré contigo

Cuando entramos a tu cuarto, todo ya estaba dentro de las maletas. Hacía unas semanas que tus amigos se habían ido, por lo que todas las camas estaban hechas con sus sabanas blancas. Supe cual era la tuya porque era la única que no estaba hecha.

-Debo volver temprano, si mi mamá me descubre seguro me mata.

-No te preocupes, te llevo a tu casa temprano.

Ambos nos recostamos sobre la cama mirándonos de frente. Te sonreí y me sonreíste.

Por un par de minutos solo estuvimos así, viéndonos fijate mente.

Pero entonces una lágrima rodó sobre mi mejilla.

-No quiero que te vayas y me olvides. -Admiti

-¿Olvidarte? jamás has sido lo mejor que me ha pasado en la vida. -Dijiste mientras tomabas mi cara con ambas manos.

Y entonces lo dijiste, recuerdo lo que sentí apenas lo dijiste. Nunca creí que dos simples palabras me hicieran sentir tanto.

-Te amo. -dijiste.

Y yo lo creí.

-Yo también -dije entre lágrimas, porque era verdad, te amaba, llevaba tanto tiempo amándote pero no me di cuenta hasta ese momento.

Me besaste. Un cálido y tierno beso.

Estuvimos así un par de minutos hasta que el beso se comenzó a volver más intenso. En algún punto te alejaste de mi boca, para besar mi mejilla, mis orejas, mi cuello, mi clavícula.

Sabiamos lo que iba pasar esa noche, sabia lo que iba pasar, y no te detuve, dejé que pasara.

-¿Puedo? -preguntaste cuando tu mano estaba en el dobladillo de mi blusa.

Asentí nerviosa. Y entonces la blusa terminó en alguna parte del piso de la habitación.

Era nuestra última noche juntos, debía ser perfecta me dije. Y lo fue.

El día que se marchitaron todas las flores.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora