Capítulo 14

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Mis ganas de llamar al gimnasio y decir que estoy enferma me están matando. Pero sabía que cuando él se enterase sabría a la primera de la verdad. Porque aunque hubiese pasado un día desde la noche que me dejó en casa estoy segurísima de que no se le ha olvidado.

Solté el teléfono inalámbrico en la mesa de la cocina y lleve la taza de café vacía al fregadero. No me quiero imaginar cómo va a ser nuestro encuentro y sobre todo porque lo que se me venía a la cabeza no era muy agradable que se diga.

Con un suspiro de resignación me dirigí al garaje mientras agarraba las llaves.

Cuando llegué sólo estaba Bob en la recepción. Sentía raro que el gimnasio estuviese tan silencioso, me he acostumbrado al barullo que suele haber, pero por suerte eso se acabaría en unos minutos. Me encerré en mi despacho con el impulso de encerrarme con llave. Pero hasta yo sabía que eso sería de cobardes, al igual que lo de la llamada. Así que decidí distraerme con el montón de cartas que había sobre mi escritorio. Pero como todavía notaba todo muy silencioso a pesar de que ya se empezaba a oír ruidos desde el gimnasio, decidí poner algo de música. Comenzó a sonar "Occean Avenue" de Yellowcard. La mayoría de cartas eran facturas y cosas por el estilo, así que no tarde mucho en terminar. Estaba por guardar las facturas en el archivador cuando la puerta se abrió. Mi cuerpo se petrificó.

-¡Tenemos un problema! -dijo Skull. No me di cuenta de que había dejado de respirar hasta que tome una bocanada grande de aire y mi cuerpo se relajó. - Y por lo que veo tú también tienes uno... O mejor dicho, otro.

-¿¡Eh!?- dije todavía atontada por el alivio.

-Cuando he abierto la puerta te has puesto tan tensa...

-¿Cuál es el problema? - le interrumpí.

-Hay dos pivones en el gimnasio y ya sabes cómo odian los chicos eso, aunque ahora estén babeando por ellas - aclaró.

-Ahora voy, aunque no entiendo ese tabú de las mujeres en los gimnasios de boxeo, yo estoy aquí y no ha pasado nada...

-Lo que tú digas, jefa- dijo mientras salir del despacho y yo le seguía.

Las dos mujeres me daban la espalda, pero eso no importaba porque yo las reconocería en cualquier lugar y momento. Ambas de la misma estatura pero una con el cabello rubio blanquecino recogido en una coleta y la otra con el pelo ondulado moreno suelto hasta la parte baja de la espalda y con muchas más curvas que la rubia. Sin duda reconocería a Toria y a Beth en cualquier lugar.

-¿No veníais la próxima semana? - las pregunte sorprendiéndolas.

-¡ALEEEX! - gritaron ambas a la vez mientras se abalanzaban para hacerme un abrazo sándwich, de esos que te dejan sin aliento.

Cuando me soltaron, fue la segunda vez en lo poco de mañana que tenía que volver a comer aire para respirar. También me di cuenta como nos miraban todos, así que preferí seguí con nuestro reencuentro en mi oficina.

-Anda - reí - acompañadme y así les dejamos tranquilos.

Empezamos a caminar cuando Toria no se pidió resistir tener la boca callada.

-¿Cómo sobrevives entre tanta testosterona y cuerpos macizos sudados? - y por supuesto lo dijo sin bajar la voz y cualquiera que estuviese cerca la ha podido escuchar.

-¡Victoria! - intenté recriminarle, pero en fin, eso es lo que más me gustaba de ella, que no se callaba nada, iba con la verdad por delante.

Entramos en el despacho conteniendo la risa, pero al cerrar la puerta nos deshicimos en carcajadas.

Soy Tuya ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora