El tiempo pasaba especialmente lento aquella tarde en la que mi única compañía era el tigre de peluche que Mikhail había ganado para mí en el arcade y los gritos incomprensibles de Jane en la habitación de arriba. Mikhail no había llamado y entre los tantos pensamientos que invadían mi intranquila mente cruzó la posibilidad de huir hacia nuestro lugar porque tal vez estaba esperándome allí, pero en mi cabeza también se dibujaba su rostro inexpresivo y me aterraba la idea de que no quisiera verme nunca más. Sabía que estaba molesto, pero no encontraba la razón.
El golpe en mi puerta me sacó del trance, era mamá avisando que debía volver al trabajo y ordenándome que saliera a comer. Me despedí desde mi cama y me envolví de nuevo en las sábanas, no quería saber nada más del mundo.
Después de unos minutos la comodidad de mi colchón me arrulló hasta el punto en el que casi estaba dormido pero todavía estaba consciente de mi alrededor, por eso los golpes que venían de la ventana hicieron sentido en mi cabeza adormilada: era nuestro código secreto.
Las sábanas volaron hacia el suelo cuando visualicé a mi mejor amigo detrás de la ventana con una sonrisa (que parecía más mueca) ladina. Corrí la ventana hacia un lado y lo que vi me dejó aterrorizado. Mikhail tenía el ojo derecho más rojizo que la última vez que lo vi, de la ceja izquierda goteaba sangre y su labio inferior estaba totalmente destrozado al igual que el puente de su nariz. El cabello se le notaba húmedo, quizá porque corrió todo el camino hacia mi casa.
—¿Puedo pasar? —Preguntó después de algunos segundos al ver que seguía totalmente congelado.
—Mikhail… ¿Qué sucedió? —Me hice a un lado para que mi amigo saltara por la ventana como casi siempre hacía pero esta vez le costó muchísimo y los quejidos que dejó salir al bajar del marco de la ventana provocaron que las lágrimas se acumularan en mis ojos.
—El imbécil de mi padre. —Espetó con dolor mientras se recostaba en la cama. Su padre solía beber cuando tenía días libres, y cuando el alcohol se apoderaba de sus sentidos le molestaba absolutamente todo lo que Mikhail hiciera o no hiciera, así que descargaba su ira con golpes que mi amigo intentaba ocultar porque (descubrí) le avergonzaban. —Todo es culpa de ese hijo de puta. —Se dirigió a Mike.
—Vamos al hospital. —Gruñí cuando le vi limpiarse la sangre del labio con el dorso, de por sí ensangrentado, de la mano.
—Sabes que no puedo, Will. —Escuchar mi nombre salir de sus labios tan amargamente solo indicaba que seguía molesto conmigo.
—Esto no lo va a curar una simple pastilla, Mikhail. —Le hablé con el mismo tono. Estaba preocupado y escuchar sus quejidos uno tras otro no ayudaban en nada.
—¿Podemos intentar?
Suspiré y salí hacia el armario de la sala para buscar el botiquín de primeros auxilios. Me aseguré de que tuviera todo lo que necesitaba y regresé casi corriendo a mi habitación.
—¿Puedes levantarte? —Le pregunté sabiendo que su rostro no era lo único lastimado. Él lo intentó así que coloqué una almohada extra en su espalda para poder curar sus heridas con más facilidad. Le di la pastilla junto al vaso de agua que tenía sobre el escritorio, mientras la tragaba volví a la cocina para conseguir un bol con agua que usaría para limpiar la sangre. Cuando tuve todo a la mano me subí con cuidado sobre sus piernas. —Esto va a doler. —Le advertí cuando tenía lista una gasa con agua tibia frente a su rostro, asintió cerrando los ojos. Limpié con cuidado la sangre fresca y tuve que poner más empeño en la que ya estaba adherida a su piel. Era difícil no lastimarlo en el proceso, por más que intentaba ser cuidadoso terminaba viendo su rostro deformarse en muecas de dolor y escuchando quejidos de vez en cuando.
—Will… —Murmuró.
—¿Hm? —Respondí concentrado en colocar antiséptico en las heridas que, después de la limpieza, ya eran visibles.
—Tú… —Comenzó y detuve mis movimientos para escucharle con atención. —No estás conmigo solo porque me parezco a Mike, ¿verdad?
Así que era eso...
Sus ojos se abrieron lentamente y me miró esperando la respuesta. Podía ver el dolor (y un atisbo de decepción) brillar en sus oscuros ojos.
—Por supuesto que no. —Afirmé sin dudarlo porque era verdad. Su mirada bajó hacia sus manos, todavía dudando de mis palabras. —Mikhail. —Le llamé mientras tomaba su rostro con delicadeza entre mis manos, obligándolo a verme (aún si solo podía hacerlo a medias porque el párpado del ojo derecho ya había comenzando a inflamarse). —La primera vez que te vi me asustó el parecido, sí. Pero jamás me acerqué a ti con la intención de reemplazar a Mike. Son completamente diferentes, créeme, y me hacen sentir cosas diferentes.
—Mike te gusta, ¿No? —Preguntó de pronto, dejándome congelado. ¿Mike me gustaba? Ya ni siquiera lo sabía.
—N-no... —Negué mientras mis manos soltaban su rostro, quería evitar esa conversación.
—Will, me lo contaste. —Afirmó ahora siendo él quien sostenía mi rostro. —Me lo dijiste todo hace un tiempo, estabas ebrio.
—No-no es cierto. —Seguí negando, no lo recordaba y confiaba en Mikhail pero no podía ser verdad.
—Está bien, Will, no me molesta que te gusten los chicos. —Sentenció con una mirada suave, comprensiva. La primera mirada que recibí después de salir (involuntariamente) del clóset curiosamente había sido dulce. —Me molesta que te guste ese idiota.
Suspiré con frustración y con mil sensaciones por segundo acelerándome el corazón. ¿Al fin podía ser totalmente sincero con mi mejor amigo? Su mirada todavía suave me indicaba que sí y aprovechando el momento (más íntimo) que estaba compartiendo con él respondí: —Ya no lo sé. No sé qué es lo que siento. —El peso que había estado reteniendo se desvaneció en aquél segundo, así que continúe colocando cinta en las heridas de Mikhail para reemplazar las suturas que deberían unir su piel.
—Ha pasado mucho tiempo, entiendo que estés confundido. —Continuó y cerró los ojos de nuevo.
—Tampoco es como si quisiera saber qué siento realmente por él. —Nuestras voces habían bajado de tono, la habitación estaba en silencio y no hacía falta levantar la voz para escucharnos cuando estábamos demasiado cerca. —Prefiero dejar esos sentimientos en el olvido.
Coloqué una bandita de Hello Kitty (que seguramente pertenecía a Jane) sobre el puente de su nariz y le alboroté el cabello justo como él solía hacer con el mío. Iba a bajar de la cama pero antes me atrapó entre sus brazos rodeándome por la cintura.
—Vámonos. —Sentenció en un susurro que compartimos únicamente por la cercanía.
—¿A dónde? —Pregunté confundido.
—Lejos de esta ciudad de mierda.
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young love don't last for life (borill)
FanficEl sabor amargo del alcohol no era especialmente mi favorito, pero descubrí después de la primera vez que podía tener pequeños momentos de felicidad durante las noches de los viernes cuando Mikhail y yo compartíamos una botella de vodka sobre su cam...