La casa de Mikhail era pequeña y me gustaría decir que acogedora pero la soledad se respiraba nada más cruzar la puerta. Habían pocos muebles, los básicos y la mayoría estaban cubiertos por sábanas (ya no tan) blancas que evidenciaban no haber sido usados en muchísimo tiempo. Las paredes estaban completamente vacías lo que hacía que las habitaciones se percibieran más grandes, infinitas; y el eco de nuestras voces rerebotando en ellas me hicieron dudar de mi amigo. ¿Y si todo era una trampa y mamá tenía razón? Un escalofrío recorría mi cuerpo mientras observaba a Mikhail metiendo la cabeza en el refrigerador.
—¿Te gustaría algo de beber? —Preguntó todavía dentro.
—Eh… ¿Agua? —Pregunté más que responder, los pensamientos seguían rondando por mi cabeza así que ahora observaba con más atención a cada movimiento.
El ruso me extendió una botella de cerveza y al notar mi expresión de extrañeza se encogió de hombros mientras una mueca de indiferencia adornaba su rostro. —Es lo único que tenemos, lo siento. —Subió de un salto a la isla en medio de la cocina, una vez allí bebió un largo trago de la botella. —Pero te quitará la sed, te lo prometo.
—No bebo alcohol. —Le dije y me senté a su lado, cuidando de no aplastar alguna colilla abandonada. —¿Está bien que tú lo hagas?
Se burló con una sonrisa ladina y continuó: —Pequeño Will, eres demasiado inocente ¿no lo crees? —Su brazo rodeó mis hombros y me acercó más a él. —Pruébalo, si no te gusta dejaré de insistir.
Debía decir que no, beber alcohol en la casa de alguien que recién conozco no era lo moralmente correcto pero yo deseaba agradarle a Mikhail y mentiría si no admitiera que estaba en la edad en la que desafiar todo lo correcto era parte de mi rutina. Así que lo hice, tomé la botella y sin dudarlo bebí todo su contenido de un solo trago, me arrepentí al instante, claramente, pero las carcajadas de Mikhail y sus maldiciones en ruso me hicieron sentir bien. Aceptado.
El ardor en la garganta duró unos cuantos minutos y las muecas en mi rostro tenían a Mikhail llorando de risa. —Cállate, me duele la cabeza. —Reclamé y era verdad, la temperatura del líquido había hecho que la cabeza se me congelara.
—Mierda, es que eres adorable. —Palmeó mi cabeza un par de veces e inmediatamente se limpió las lágrimas del rostro. Intenté ocultar mi sonrojo apartando la mirada hacia otro lado, pero él seguía atento a mis reacciones. —Vamos, te mostraré mi habitación.
Subimos hacia la planta alta y allí, en la primera puerta estaba su habitación. Apenas iluminada por la tenue luz del día que se filtraba a través de una cortina blanca desgastada y mal colocada sobre la ventana. Las paredes eran color crema, como toda la casa y también estaban vacías excepto por una bandera roja con un símbolo amarillo en el centro que adornaba la pared más grande. Su cama estaba compuesta por una base de madera y un colchón donde reposaba una pila de ropa (negra en su mayoría) junto a lo que parecían ser las sábanas. Al lado había más o menos una docena de botellas vacías de cerveza y otro tipo de alcohol que después reconocería como vodka. Junto a la ventana estaba una bolsa grande de doritos y pude reconocer que el olor a cigarrillos venía de un cenicero rebosante de colillas y ceniza que también acompañaban a las frituras. Frente a la cama había una televisión pequeña y debajo de ella un reproductor de cassettes igual al que teníamos en casa.
—Impresionante, ¿verdad? —Preguntó con su típico acento acompañado de esa sonrisa ladina. —No es muy acogedora, pero puedes venir cuando quieras. Tengo un montón de películas, son todas mis favoritas, ¿quieres verlas? —Había tomado la caja que estaba cerca de la televisión y levantó dos películas todavía sonriendo. No había forma de que ese chico desaliñado fuera un espía ruso.
Parecía más un niño pequeño, y de alguna forma Mike llegó a mis pensamientos. Cuando Mikhail se expresaba con tanto entusiasmo me recordaba al Mike que conocí en el jardín de niños, ese que me hablaba tan emocionado sobre sus juguetes en el sótano de su casa mientras yo comía frituras y le escuchaba con atención. Lo echaba de menos, muchísimo. Pero sabía que nuestra amistad ya no era (ni sería) como antes, tenía que aceptarlo.
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young love don't last for life (borill)
Fiksi PenggemarEl sabor amargo del alcohol no era especialmente mi favorito, pero descubrí después de la primera vez que podía tener pequeños momentos de felicidad durante las noches de los viernes cuando Mikhail y yo compartíamos una botella de vodka sobre su cam...