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Tan segura como hacía mucho no me sentía.

Salí del auto, con la mano que sostenía el arma detrás de mi muslo, apuntando hacia el piso, y me acerqué un poco para poder detallar más la situación, el chico dejó caer la mirada en mí mientras el rubio de rizos que se había bajado de mi auto hacía unos segundos estaba de espaldas, sirviéndome de nada para poder defendernos juntos.

—Quédate dónde estás —gritó el atracador, se veía nervioso y supe que era su primer día en eso, o que era muy nuevo aún.

No era experta, pero había cosas que claramente había aprendido, y otras que todavía me estremecían, aunque en ese momento demostré total tranquilidad ante su orden, como si todo fuera normal para mí.

Me acerqué un poco más.

—¿No me escuchaste? A la próxima… —lo pensó, y tragó —le corto el cuello —sentenció, refiriéndose a Mackey, el cuál estaba siendo apuntado con una navaja en la panza, hasta que las últimas palabras del otro chico se hicieron presentes y su cuchillo pasó a amenazar su cuello.

—Creo que no tendríamos que llegar a esto —sonreí, autosuficiente y pacífica —¿Qué quieres? Te puedo dar lo que se te ofrezca —aseguré, mirándolo, causando tentación en sus iris.

—¿Cualquier cosa darías por este imbécil? —interrogó, con las cejas fruncidas, como si no entendiera mi interés.

—Vamos a ver, un poquito más de respeto —pidió el rubio, agitando las manos, indignado.

—Tú cállate —ordené, estaba intentando negociar y no se podía aguantar unos insultos bobos.

El chico frente mío, para tener más seguridad, lo tomó de los hombros y le dió la vuelta hasta pegarlo a su pecho teniéndolo vista a mí. Cuando sus ojos se encontraron con los míos, me dió tanta ternura el cansancio que se reflejaba en ellos, y a la vez, las ganas de patearle la cara a su enemigo. Definitivamente Michael Mackey tenía más frío el corazón que un congelador en potencia máxima, no le interesaba nada, ni siquiera cosas que tuvieran una extrema importancia, para él, el mundo a veces era tan irritante que evitaba el acercamiento.

—¿Entonces? —interrogué, refiriéndome al trato.

—Bien, me darán sus celulares, sus relojes, y me llevo ese auto del que te bajaste —comentó, altanero —si no es todo eso, no será nada, ni siquiera la vida del querido ser asqueroso que tengo entre las manos —agregó, dejando en claro las cosas.

Bien, no tenía nada más que hacer.

—Está claro, pero antes quiero que lo dejes en el piso, precisamente en aquel pedazo de la carretera, acostado, y para que sea de mayor seguridad para tí, le apuntarás mientras saca los objetos que precisas, luego yo te alcanzaré los míos, y jamás nos volveremos a ver ni hablaremos de esto —ofrecí, el negocio parecía más favorable para él realmente.

—No quiero trampas —su voz bajita y temblorosa me dió tanta lástima.

—No creo parecer una persona tramposa —me encogí de hombros, a lo que asintió.

Fué caminando de espaldas, con mi rubio entre sus brazos, asegurándose de que yo no hiciera ningún movimiento extraño, lo puso de rodillas en el piso y lo tomó del pelo para obligarlo a mirarse mutuamente mientras sonreía. Me comenzó a molestar más de lo normal verlo tan inofensivo, Mackey no era así, y jamás permitiría que alguien lo hiciera sentir de esa manera. Desde el momento en que me conoció, y pasó a ser un centro que tendría que vigilar, la única que obtendría el derecho de defenderlo o hundirlo era yo. Nadie, absolutamente nadie, lo tocaría.

Vida Patas Arriba Donde viven las historias. Descúbrelo ahora