·Narra Marcus·
Le dije a la rubia que me esperara sentada en un sillón, que tenía que ir al
baño, y ella como todas, no rechistó. Cuando estaba en el pasillo de los
baños, que por cierto estaba lleno de borrachos y parejas liándose, oí un grito con una voz familiar proveniente del baño de las chicas, y sin pensármelo dos veces entré rápidamente encontrándome con una escena horrorosa.
Un tío el doble de alto que Hannah, la apretaba contra la pared mientras ella, que estaba sin camiseta, lloraba a lagrima viva con el maquillaje corrido por la cara, él la estaba tocando por todas partes y le besaba el cuello.
La ira corrió por mi venas, quería matar a ese hijo de puta, y lo iba a hacer. Le cogí del cuello y lo estampé contra la pared, se golpeó la cabeza, y un hilo de sangre corrió por su cara, pero me daba igual, yo estaba ciego de rabia, ¿como alguien podría hacer algo tan horroroso como aprovecharse de una niña de quince años? ¿que pasaría por su cabeza? seguí dándole puñetazos, en la cara, en el abdomen, no oía ni veía a nadie más, solo al cabrón que había intentado violar a Hannah. Hasta que una mano cálida y suave cogió la mía.
-Marcus, déjalo, vayámonos por favor.-Me rogó Hanah llorando.
Fijé mi mirada en el hijo de puta que estaba inconsciente tendido en el suelo, si ella no me hubiese parado, lo mataba.
La miré, se veía frágil como una muñeca de porcelana, temblando y
cubriéndose, llorando, si no hubiera llegado a tiempo... no me lo hubiera
perdonado en la vida.
Me quité la chaqueta y se la puse, para después abrazarla fuertemente,
acariciándole el pelo, y susurrándole.
-Ya pasó, ya estoy aquí.
Con un taxi, la llevé a casa, no decía nada, ni lloraba, ni me decía algo, solo se abrazaba a si misma con los ojos cerrados, cuando llegamos, la cogí de la mano y la llevé a su habitación.
-Han.-Le dije con ternura.-vamos a ducharte ¿vale? ya verás como te sentirás mejor.
Asintió con la cabeza pero no se movió, su mirada estaba perdida, y tenía las mejillas muy rojas.
La llevé al baño y le fui despojando de su ropa hasta que se quedó en ropa
interior, no pensé en nada más, solo que se pusiera bien. La metí en la ducha y el agua corrió por su cuerpo, quitando las lagrimas y el maquillaje corrido, mojando su cabello largo y pelirrojo, parecía una niña indefensa, aun que en realidad, lo era. Me puse jabón en las manos y la enjaboné, incluyendo el pelo, pero cuando pase mi mano por su frente, noté que estaba demasiado caliente.
-Tienes fiebre.-Dije con preocupación.
Pero ella siguió sin decir nada. ¿Que le diría a Laura? Dios, si yo hubiera
sabido que ella estaba en la discoteca, la hubiera vigilado. Me sentía muy
culpable. Y me entraron ganas de matar otra vez a ese cabrón. Tendría que haber llamado a la policía, pero lo principal ahora era Hannah. La enjuagué con agua fría, por que mi madre lo hacía conmigo cuando era pequeño, decía que así la fiebre bajaba, después la sequé y le puse su pijama azul, muy infantil,
como a ella le gustaba. Sequé su cabello con el secador, nuestros ojos se
encontraron en el espejo, pero los de ella eran un pozo infinito de tristeza. Me sentía fatal de verla así.
La acosté en la cama y le puse en termómetro, cuando pitó marcaba treinta y nueve, si llegaba a cuarenta grados la llevaría al hospital.
Me dispuse a ir por una aspirina pero ella me cogió del brazo. Con dificultad habló.
-Quédate conmigo, por favor.
-No me moveré de tu lado.-Le dije sentándome en la cama, aún cogido de su mano.
Comenzó a susurrar cosas sin sentido, corrí escaleras abajo para coger una pastilla y un paño húmedo, se la hice tragar y le puse el paño en la frente, tapándola bien con la manta. Nunca había estado tan preocupado por una persona, nada parecido me había pasado antes. Cogí su portátil y busqué en Internet como bajar la fiebre rápidamente, dijo lo que le había hecho hasta ahora, y que le preparara una sopa calentita, por que era bueno que bebiera mucho líquido.
Bajé a la cocina, pero no tenía ni idea de preparar nada de eso, así que miré en el refrigerador y descubrí que Laura tenía caldo congelado, lo descongelé en el microondas y se lo dí a Hannah cuchara por cuchara.
Estuve toda la noche pendiente de ella, cambiándole los paños y mirando que no le subiera la temperatura, hasta que a las seis de la mañana, noté que ya no tenía fiebre, y me dejé caer a su lado muerto de sueño.
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El chico que vive en mi casa.
RomansaHannah es una chica de quince años divertida, competitiva y un poco inocente, que vive con su tía. Un día, se encuentra una sorpresa en su casa, un tal Marcus, que viene a pasar el verano con ellas por problemas familiares. Él tiene dieciocho años...