Cuando por fín llegué a mi nueva habitación, vi una cama con sábanas nuevas, un aseo limpio, una pared recién pintada, y una ventana con vistas al horizonte, por la que entraban los rayos del sol. Era mi primera vez en semanas que veía el sol. Ahora tocaba acomodarse.
Habían pasado cuatro semanas desde que enterré a mi hija. Recuerdo que fue un día lluvioso, pero el tiempo jugó a nuestro favor cuando se despejaron las nubes durante la misa. Luego volvió a llover.
Había pasado cuatro semanas sentado en un una silla, con una foto de mi hija en una mano y la botella de Bourbon en la otra.
Me había hecho demasiadas preguntas acerca de por qué podría haber pasado sin encontrar una forma viable que me ayudase a entender la situación. ¿Por qué mi hija?. ¿Por qué no he vuelto a saber nada de Austin?. Debía dejar de hacerme preguntas, ya era hora de encontrar una respuesta.
Fuí hasta mi habitación, me ajusté mi guardapolvos y quité el polvo a mi revolver. Caminé hasta el teatro donde hacía menos de un mes había perdido toda esperanza, en busca de una respuesta que me ayudase a entender la situación.
Entré en la sala 6, busqué el asiento más alejado y me senté durante toda la noche. Hice esto durante seis noches más. No sabía por qué lo hacía, pero una voz dentro de mí me pedía que me quedase.
Justo había abierto mi segundo paquete de tabaco y me estaba colocando un cigarrillo entre los labios cuando empecé a escuchar pasos por el pasillo. Me guardé el tabaco y me agaché. Estaba acojonado. En unos segundos, la puerta de mi sala se abrió y entraron dos hombres jóvenes con una maleta cada uno.
Yo estaba agachado entre los asientos. La pistola se tambaleaba en mis manos y tenía miedo de hacer ningún tipo de ruido.
-Esto sigue igual, tío. Se lo han llevado todo y nos han borrado la marca. Pero este es el sitio.
-¿Y qué quieres que cambie? Aquí la policía no se molesta en buscar pruebas. Vamos a prepararlo todo que vamos con la hora pegada al culo.Mi corazón palpitaba. Esa voz... ¡Austin!