Clara entró en la casa de forma silenciosa, y aunque no había desayunado esa mañana y ya casi era la hora de comer, prefirió no pasar por la cocina e ir directamente a su habitación. No quería encontrarse con Zulema, su casera, hacía una semana que le tenía que haber pagado el alquiler, y aunque la mujer era muy buena persona, Clara sentía que estaba abusando de su bondad.
Se sentó en la cama y volvió a repasar el diario en busca de alguna oferta de trabajo que ella pudiera realizar, cuando lo hubo mirado de arriba y abajo, lo metió bajo el brazo y salió de la habitación dispuesta a conseguir uno de los dos trabajos que había redondeado con un rotulador rojo en una de las hojas del periódico.
Cuando estaba a punto de llegar a la puerta de la calle una voz la sorprendió
— Mirá vos Clarita, no sabía que estabas en casa.
—Sí pero ya me iba, tengo un poquito de prisa.
Zulema miró el diario que Clara sujetaba bajo el brazo
— ¿Seguís buscando trabajo?
— Sí
Zulema vio que Clara agachaba la cabeza, la muchacha parecía muy avergonzada de sí misma.
— Si queres yo puedo ayudarte. Una vieja amiga está buscando una mukama, yo podría recomendarte...
— ¿Harías eso por mí?
— ¿Y por qué no iba a hacerlo? Si sos re trabajadora y también re buena persona. Además así evitaríamos que te murieras de hambre por no pasarte por la cocina no vayas a encontrarte a tu casera y tener que decirle que te tienes que retrasar en el alquiler—bromeó la buena señora.
— Vos sí que sos buena y copada— respondió Clara dándole un beso en la mejilla a Zulema
—Pos no se hablé más, mañana empezás a trabajar como mukama en lo de mi amiga.