Cap 3

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Clara colgó el auricular con rabia.

— ¿Quién era? ¿Qué quería?—preguntó Zulema al ver la cara de consternación de su inquilina.

— Era el hijo de tu amiga. Al parecer el señorito necesita de los servicios se su mukama a estas horas— Clara pronunció la palabra señorito con desprecio.

—¿Y vas a ir?—inquirió Zulema siguiendo a Clara por el pasillo.

En las otras habitaciones el resto de las inquilinas habían abierto la puerta y miraban al pasillo con curiosidad.

— ¿Pasa algo? —preguntó una joven, que se llevaba muy bien con Clara, al observar la situación

—Nada importante, solo un contratiempo—respondió Zulema sonriendo— no se preocupen y vuelvan a la cama que les queda poco tiempo para poder dormir.

Las chicas cerraron las puertas de sus habitaciones y Zulema avanzó por el pasillo para colarse en el cuarto de Clara que ya se estaba vistiendo.

— ¿Entonces sí que vas a ir?

— ¿Y qué queres que haga? Necesito ese trabajo

—Pero no podes dejarte explotar así. Son las 4 de la mañana ¡Por Dios!

—No me queda otra. Necesito el dinero, no puedo depender siempre de la caridad de buenas personas como vos.

—Entiendo, pero cuando vayas explicale como son las cosas. Demostrale que no puede jugar contigo.

—Lo haré

Zulema acompañó a Clara hasta la puerta de salida y luego cerró la casa con llave para volver a la tranquilidad de sus sábanas.

—Voy a hablar con Adela para que meta en vereda a su hijo. Hace mucho que no lo veo pero parece que se está convirtiendo en un cogotudo—susurró la mujer mirando al techo antes de cerrar los ojos y tratar de dormir.

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Clara llamó a la puerta de la casa donde trabajaba. La señora Adela había quedado en hacerle unas llaves para que pudiera entrar si ella no estaba en la casa, o se encontraba ocupada trabajando en su despacho pero todavía no había tenido tiempo para ello.

Un chico joven, más o menos de su misma edad, le abrió la puerta.

—Mi nombre es Jorge—la saludó estirando su mano— ¿Vos debes de ser la mukama?

—Sí soy la mukama— respondió  Clara ignorando la mano de su interlocutor y penetrando en la sala de estar.

Lo que vio allí la dejo sin palabras. Nada quedaba de la sala ordenada e impoluta que ella había dejado hacía solo unas horas. Los cojines estaban tirados por el suelo, varios sillones estaban volcados y por todos lados había vasos y botellas de cerveza desperdigadas. De algunas de ellas todavía rezumaba un líquido que hacía que el suelo estuviera pegañoso.

—Pero esto es un asco— no pudo contenerse Clara que miro con odio a Jorge.

Esperanza míaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora