Capítulo 1.

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Los gritos de victoria vuelven a sonar y cada vez se hacen mucho más fuertes. Hombres, mujeres y niños están de mi lado mientras que, pocos son los que están del lado del malnacido que tengo bajo mi puño.

La nariz y boca del hombre empiezan a sangrar, de su frente brota sangre y una línea del liquido rojo empieza a bajar por su comisura del labio. Me observa con miedo y sé que está pidiendo a gritos silenciosos que lo libere de su condena, lo cierto es que aun no es hora y tengo que disfrutar golpearlo tal y como él le gusta golpear a alguien inocente. No soy cruel, solo le doy una cucharada de su propia medicina.

—¡Maldito hijo de perra!— grito estampando de nuevo mi puño en su rostro que, pronto estará desfigurado y lleno de moretones—¿Te crees un verdadero hombre?— me pongo de pie—¡levántate!— le grito y él a cuestas obedece.

—Alteza yo—

—¡Cállate!— exclamo volviendo a golpearlo causando que el sujeto vuelva a caer al suelo.

—¡Acabe con él!— escucho los gritos de los presentes.

Mi respiración sube y baja, mi puño está cubierto de sangre de mi víctima, estoy cansado pero la ira es mucho más grande que el cansancio en mi organismo.

Lo tomo de la camisa y le obligo a ponerse de pie hasta estamparlo contra una muro de madera, sin piedad.

—¿Crees que ponerle un dedo a una mujer te hace muy hombre?— su mirada se mantiene fija en la mía—¡contesta pedazo de mierda!

—No… no señor— balbucea.

–¡¿Entonces por qué lo haces?! ¡¿Por qué no la dejas ir?!— ejerzo mucha más presión en el agarre—¿Te divierte tenerla bajo tu dominio?

—Mi señor, usted no sabe—

Lo interrumpo golpeando su espalda contra la madera—¡Claro que sé qué es lo que ocurre!— las personas en el mercado cada vez se van acercando a la escena—¡eres un demonio infeliz, no tienes pantalones suficientes para meterte con uno de tu tamaño!

Lo suelto no sin antes volver a darle un puñetazo por última vez.

—Llévenlo a los calabozos— ordeno tomando una tela que me han ofrecido para limpiar la sangre que ha quedado en mis manos.

El hombre es llevado a rastras hasta los calabozos del palacio. La gente me observa, unos que otros contentos de mi pequeña hazaña y otros molestos al golpear brutalmente a ese desperdicio de humano.

—Gracias mi señor, Dios lo bendiga eternamente— se acerca la mujer que era víctima de ese animal. Se arrodilla e intenta besar mi mano, cosa que le niego.

—No haga eso por favor, levántese— le pido y ella tímidamente obedece—. Ve a casa, toma tus cosas y huye del reino, la reina pronto lo dejará libre— la pobre mujer levanta la mirada asustada. Saco del bolsillo del pantalón una bolsa con monedas de oro ya que siempre las cargo conmigo por si se me atraviesa alguna persona que lo necesite—. Esto es suficiente para que se vaya lo más lejos que pueda, nunca regrese— añado y coloco la bolsa de terciopelo en sus manos y me alejo de ella.

—Es una bestia.

—Es una pena que la reina tenga que lidiar con un rebelde como él.

—Qué vergüenza.

Esas y más son las palabras que logro escuchar de un grupo de hombres mercaderes, no me hiere pero a la vez me ofende que tengan esa manera de pensar tan errónea. Sé que me juzgan por la forma en que traté a ese miserable, pero juro que no soporto que una mujer sea golpeada, prefiero a que piensen lo peor de mí antes que dejar sin castigo a un miserable como aquel excremento.

Sombras liberadas [Fragmentados #4]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora