Capitulo III: prefacio de una unión

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Titulo alternativo: Ni modo don Vicerys, ya le miaron al escuinclo... a y los dos teporochos se hicieron compas.

Los torneos estaban cerca de terminar, era entonces el preludio del matrimonio, la cena que se ofrecía a los invitados era increíble por usar un término común. El olor de la comida se colaba por las fosas nasales y aumentaba el hambre de los presentes, hombres y mujeres engullían adormecidos por la magnificencia del banquete de bodas, los mismos príncipes celebrados podrían disfrutar del deguste de alimentos, todos ellos en un lapso de felicidad que sería tan efímero como el alimento en sus cuerpos.

Los bailes comenzaban, la pareja estaba obligada a abrirlos y como era costumbre la música envolvió el ambiente, los señores y señoras se unieron tras la demostración de la unión en forma de danza. Lores extendían su mano a las señoritas que sonrojadas aceptaban las invitaciones, presagiaban posibilidades de futuros brillantes para sus casas. Otros simplemente se dignaban a compartir pista con sus prometidos, ahí era una ocasión extraña, unos felices, otros armados con el coraje necesario para afrontar un destino que no deseaban; ambos casos referentes a lo mismo y aun así con finales trágicos y joviales.

Pero todo aquello era nada, apenas un suspiro de energías comparado con las miradas de quienes no bailaban, sirvientas, caballeros, vasallos y los sirvientes con trato de esclavo; todos ellos con vistas anhelantes, suplicantes por quienes se suponía eran sus seres amados. El príncipe siempre hacía aquello en estos eventos, durante los bailes y celebraciones en su palacio, no era su menester el ponerse a buscar una pareja, por lo que mirar de más o fijar su atención en cualquier hombre o mujer no era opción. En realidad, tenía muchas comodidades por su investidura, el príncipe era quien debía invitar si la compañía no deseaba un castigo; pero detestaba blandir espada contra un indefenso que no hubiera tocado una en su vida. Evitaba aquello buscando las miradas desesperanzadas de lo que no estaban juntos por la desdicha de la cuna. Aquellos que se encontraban en esa situación tenían las más sublimes de las expresiones y pocas veces volteaban a verle a él.

En esta ocasión contaba con la fortuna de la cantidad de hombres y mujeres desfavorecidos, se presentaban ante él como una calamidad preciosa que amanecía como el sol de verano que ponía final al invierto. Solamente advertía los ojos obscuros sobre la princesa, rivalizaban solo con los castaños del acaballero que miraba con tristeza la compañía de ella y su esposo. Alguien que no conocía estaba al borde de las lágrimas, con los ojos perdidos en un punto del salón sobre el que paseaban diferentes rostros; imposible conocer cuál de ellos era el que producía su tristeza. Volteo innumerables veces de esos ojos al punto y cuando vio que no encontraba a nadie en realidad se dio cuenta que posiblemente ese punto significase algo. Averiguaba que en el momento que una figura de finos ropajes impidió su vista y por instinto alzo sus ojos para encontrar el rostro.

– ¿Sería tan amable de concederme este baile majestad? – Un Lannister según entendía por las ropas, el pelo rubio y todo lo demás.

– ¿Es costumbre de Westeros hacer esta clase de invitaciones? Se que mi dominio no cuenta con buen nombre entre ustedes y su fe, pero a mi me parece irrespetuoso. – Cuestiona el emperador afilando sus facciones sobre del hombre.

– Siento si he tomado una decisión impetuosa, lamento también no haberle preguntado ¿Me permite realizar la invitación como es debido?

– Mi padre no cuestiona a quien se dirige, si no como lo hace ¿He de suponer que es acostumbrado en Westeros invitar príncipes a bailar? Aun siendo nobles, ser el primero en invitarlo es... impropio.

– Príncipes no, pero princesas por otro lado...

– ¿Le parezco una princesa? – Interrumpe ofendido –, lo lamento, pero si le parezco una, haría bien en dejar el vino; ya le afectó según veo.

House of Rex || House of the dragonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora