Capítulo IX: Semanas, días, horas

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Titulo alternativo: se vienen cositas, mi gente.

El quinto día de torneos llegaba con los acalorados gritos de la multitud en la ciudad capital. Caballeros de todo el ancho y largo del imperio montaban con la intención de obtener los lauros de la victoria, llevándose así los premios en oro, felicitaciones y favores de los gobernantes. Señores de Westeros también asistían con los propios ante la notificación de estos festejos. Salieran victoriosos o derrotados, comían de los banquetes con tranquilidad, sin embargo, un par habían perecido, espadas ajenas cortaron y atravesaron corazones; aun así, no todo combate que terminase en duelo sería en favor del imperio. Para ejemplos el que en este momento que dividía a los miembros del palco real.

La estrella de la mañana de Ser Criston impactaba contra el casco del caballero que había sido estrella en los torneos de su nación. Mientras la sangre corría por la tierra, antes que el cuerpo del difunto tuviera ocasión de finalizar sus últimos espasmos; los invitados espaciales que no consideraban esto como algo digno de ver voltearon sus cabezas hacía el asiento central. Chapados en oro y con pedrería preciosa, diamantes y fino terciopelo en los cojines, eran ocupados no por sus dueños, sino por el príncipe y su compañía, al lado derecho del heredero se encontraba su tío y junto a este el menor de sus hijos. Radagast, el menor debería estar al lado de su padre, separándolo de sus hermanas – ya que su hermano se encontraba en calidad de caballero – pero se veía más cómodo a un lado de la joven hija de Daemon. Los espacios de la familia real de Westeros se encontraban en el nivel inferior, separando a los verdes de los negros con lo destinado para los novios, asientos que se encontraban ausentes de sus dueños, palcos inferiores y aledaños eran los encargados de la guarda del resto de las familias pertenecientes a la sangre de los gobernantes y de todos los señores mayores, el único que era capaz de compartir palco con los principales era el hermano de la fallecida emperatriz.

– Supongo que el emperador no va a presentarse para acompañarnos – sentenció la mano del rey desde su asiento.

– Me ha pedido disculparle – menciona el príncipe – espero que a su majestad no le moleste.

– No – le dice Viserys – espero que no se encuentre con alguna enfermedad o impedimento.

– Su ausencia se debe a asuntos personales, pero nada similar a enfermedades.

Desde abajo y seguro que nadie le veía, el Lord rodo los ojos, un poco cansado de las costumbres difusas y desalineadas de los gobernantes, sorprendido por las formas del regente, como ambos – padre e hijo – tendían a ignorar a todos sus señores y consejeros en todo momento. La actitud del más joven principalmente, dejando a los otros con las palabras en la boca y moviéndose a antojo libre, haciendo y deshaciendo por mera diversión, tomando sin cuidar las formas y juntándose en costumbres vulgares con sus hombres. Alguien que se sentaba entre todos los señores estaba consciente del desagrado del abuelo de la familia visitante y aunque era seguro que sus motivaciones jamás se verían interceptadas, podría usar el paralelo en beneficio propio y se permitía sonreír mientras escuchaba el vitoreo tras la presentación del nuevo contendiente.

– Ser Salazar de Grasse – presentaron entre los gritos.

Vestido con la armadura plateada que llevaba sobre el pecho la corona con cuernos – emblema del príncipe – y un casco que emulaba una cresta roja sobre la parte superior del cráneo, cabalgo hasta el podio pidiendo el favor de la hija del emperador antes de dirigirse a su puesto. Su contendiente era un caballero traído por el príncipe Daemon, perteneciente a su propia guarnición, leal y bien probado en sus entrenamientos y batallas. Una vez ambas lanzas fueron tomadas por los participantes comenzó la trifulca, una a una se fueron rompiendo y los caballos avanzaban con furia.

House of Rex || House of the dragonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora