𝟶𝟽‖ ᴄᴏɴ ᴇʟ ᴘᴀsᴏ ᴅᴇʟ ᴛɪᴇᴍᴘᴏ

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CASI SEIS AÑOS HABÍAN PASADO desde aquello. El mismo día que se encontró el cuerpo calcinado de Laenor Velaryon, fue el mismo día que se anunció el casamiento entre Rhaenyra y Daemon Targaryen.

La joven no era tonta, sabía que ellos dos habían interferido en el destino del hombre de una manera o de otra.

Como fuese, ella había crecido aportada de todos ellos. En Rocadragón, pero apartada. Rhaenyra había tenido dos hijos más: Aegon, tercero de su nombre, y Viserys, segundo de su nombre. A pesar de que ambos habían sido engendrados por la pareja, siendo Daemon el padre, la mayor de los cinco hermanos tampoco se arrimaba a ellos. Ahora, la heredera al trono esperaba su sexto hijo.

Rheanith se había vuelto una mujer mucho más astuta, si es que era posible. Desde las alturas, Kornatt sobrevolaba el ancho mar. Y sobre él, contemplaba Desembarco del Rey casa vez más cerca, y por extensión, la Fortaleza Roja.

Mientras el resto llegaba en navío, ella tuvo que dirigirse a los acantilado para dejar allí a la criatura, pues era ya demasiado grande para Pozo Dragón. Se reunió con el resto frente a la entrada de la corte, entrando junto a ellos cuando no obtuvieron recibimiento alguno. Fue ordenada no separase de Jacaerys y Lucerys, quiénes habían crecido también mucho.

Mientras el matrimonio se asentaría en el castillo, los dos chicos habían decidido ir al patio, al campo de entrenamiento a rememorar los viejos tiempos.

A diferencia de sus hermanos, que aún recibían miradas por los rumores que les perseguirían siempre, a ella la seguían por su aspecto.

Lucía un traje de cuero negro, guantes del mismo material que permitían ver sus dedos. Varias dagas visibles y otras no tantos, y un hacha en la espalda con la que intimidaba a todo quien se la cruzaba. Tenía grabados en la madera que formaba la empuñadura. Era grande y notoriamente afilada, lo que provocaba que nadie osara cruzársela, todos dejando espacio para que pasara.

Frente a ella, vio cómo los dos castaños bajaban las escaleras comentando el parecido que tenía el lugar con cómo lo recordaban. El sonido de las espadas sonaba de fondo mientras varios caballeros entrenaban. Las voces de quienes hablaban y observaban también se escuchaban.

Ambos hermanos conversaban mientras ella se acercaba a las mesas con las armas. Cogió una de las espadas de madera, recordando los tiempos en los que solía entrenar con su amigo.
Pronto se la unieron los dos chicos. Jacaerys siguió hablando, cogiendo un cuchillo mientras intentaba hacer reír a su hermano. Por el contrario, Lucerys ofreció una pequeña sonrisa a la mujer que había sido obligada a acompañarles.

Entonces, el sonido de un arma al chocar con un escudo llamó su atención, al igual que las exclamaciones de quienes observaban. Ambos hermanos corrieron para presenciar de igual manera el combate, siendo seguidos por Rheanith tras devolver la espada de entrenamiento. Se colocó al otro lado del público, apoyada en el gran muro de piedra que rodeaba el lugar, separada de los dos castaños.

Lo primero en lo que se fijó fue en la maza que portaba uno de los dos combatientes, y en cómo había destrozado el escudo de madera de su oponente. Y al fijarse fijarse luego en este, se incorporó velozmente de la pared, como si aquel acto fuese a decirla si realmente sus ojos la engañaban.

Un hombre de pelo largo y plateado, con un parche en el ojo, acechaba al caballero al que se enfrentaba. No se molestó en prestarle la más mínima atención a él, pero si al Targaryen que blandía la espada con tal destreza. Toda gracias a ella.

Había crecido, al igual que todos ellos. Su pelo ahora caía por sus hombros. Su mandíbula era más definida y pronunciada, y el parche en el ojo solo hacía que lo que veía la gustara más.

𝐑𝐄𝐍𝐄𝐆𝐀𝐃𝐄, aemond targaryenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora