𝟷𝟷∥ sᴏʟʟᴏᴢᴏs sɪʟᴇɴᴄɪᴀᴅᴏs

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EL TENUE FULGOR DE LA LUNA iluminaba levemente la habitación en la que dormía. La habían despertado en medio de la noche para comunicarle una horrible noticia. Se cubrió la boca para acallar los sollozos que lograban deslizarse entre sus labios. No podía creerlo. Se había ido.

Talya, una doncellas de la familia real, se encontraba a los pies de la cama, observando a la mujer que lloraba. Se mantenía en silencio, aguardando con paciencia. —¿Seguro?— Cuestionó intentando aferrarse al último ápice de esperanza que la quedaba. Un nuevo sollozo se escuchó al verla asentir mientras se permitía cerrar los ojos unos instantes para intentar detener las lágrimas que caían.

—Con sus propios ojos, alteza.

Alicent secó las lágrimas fruto de su lamento, destapándose y bajando de la cama apresurada. —Quédate aquí. No-- Ni una palabra—. La mujer que observaba a la reina coger un vestido no dijo nada, siguió esperando a la siguiente orden. —Ayúdame a vestirme—. Los sollozos aún se escuchaban tras aquellas palabras.




TRAS UNA REUNIÓN DEL CONSEJO que había sido convocada antes de la madrugada, en la que se había hablado de lo ocurrido y presenciado un desafortunado incidente, Alicent fue en busca de Aegon, recorriendo los posibles lugares del castillo donde podían hallarle, sin resultado. Mandó, con todo su pesar, despertar a Rheanith cuando se enteró de que no había abandonado la Fortaleza Roja como había hecho el resto, queriendo preguntarla si sabía algo sobre él.

La princesa fue despertada por la misma reina, llamando a la puerta y entrando en silencio. Viendo que la joven no se había despertado, procedió a sentarse en el borde de la cama. Su corazón se rompió aún más, cuando al encender una vela en la mesita junto a ellas, vio una lágrima resbalar por la mejilla de la princesa debido al sueño en el que se encontraba sumergida.

Siempre había demostrado un cariño especial por Rheanith. La amistad entre su hijo y ella era de vez en cuando tortuosa para muchos, pero no veía más feliz a su hijo que cuando estaba junto a la princesa.

También sabía que la noche en la que Aemond perdió el ojo y reclamó a Vhagar, Rheanith había estado junto a él. Y al ser informada de que Rhaenyra había sentenciado que la joven no partiría a Rocadragón con ellos y no sería bienvenida en aquellos lugares, tuvo claro que tendría una cama asegurada en la corte y los mejores tratos que pudiera darla.

—Rheanith, cielo—. Susurró Alicent para despertarla con cuidado de no sobresaltarla.

La susodicha abrió los ojos enseguida, encontrando a la mujer frente a ella. —¿Alteza?— Cuestionó confundida mientras se incorporaba para sentarse. Alicent intentó otorgarla una sonrisa, pero Rheanith vio que en realidad solo intentaba con aquel acto ocultar la tristeza que sus ojos demostraban. —¿Qué ocurre?— Preguntó secando la lágrima al sentirla resbalar.

—Lamento haber tenido que despertarte—. Se disculpó.

—No hay nada de qué lamentarse, tampoco estaba teniendo el mejor sueño precisamente...— Era extraño escuchar a Rheanith hablar de tal forma, pero el cariño que sentía Alicent por ella era mutuo.

—¿Sabes algo de Aegon? No aparece y ya no sé dónde buscar. Temo que le haya sucedido algo—. Respondió nerviosa.

Ella negó confundida. —La última vez que le vi fue en la cena. Se tomaba el vino de la jarra de Viserys, supongo que...— Pero no continuó al ver la expresión en el rostro de la mujer. La observó, viendo cómo sus ojos se coloraban al intentar retener las lágrimas frente a ella.  Y entonces lo entendió todo.

𝐑𝐄𝐍𝐄𝐆𝐀𝐃𝐄, aemond targaryenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora