𝟷𝟻∥ ᴀ ᴛᴜ ʟᴀᴅᴏ

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CON LAS PRIMERAS LUCES en el cielo y varios toques en la puerta, la princesa, quien había decidido permanecer frente a la chimenea a causa del frío de la noche, se levantó de la silla en la que descansaba.

Debido al cansancio provocado por las actividades ocurridas la noche pasada, había conseguido dormir unas horas, infestadas de pesadillas.

Se dirigió a la entrada de la habitación, abriéndola para recibir a la persona que se encontrase al otro lado. —Alteza—. Dijo sorprendida al ver a Alicent Hightower.

—Buenos días, Rheanith—. Saludó entrelazando los dedos de sus manos frente ella.

—Pase—. Ofreció la susodicha dando paso a la mujer para que entrara en los aposentos.
Esta agradeció ofreciéndola una sonrisa, y cuando Alicent hubo entrado, Rheanith cerró de nuevo la puerta. —¿Qué os trae a mi alcoba, alteza?— Cuestionó. Su hijo sería coronado aquella misma mañana, seguro que tenía cosas más importantes que hacer que ir a verla a ella.

—Pues que va a ser si no, que venir a asegurarme de que os presentaréis con nosotros—. Contestó la reina volviéndose para mirarla.
Viendo la cara de confusión en el rostro de la chica, habló de nuevo. —¿No pretendéis acudir a la celebración?

—Claro que si, pero no creía que me dejaríais posicionarme junto a vuestras familia y vos—. Explicó. —Supuse que debería verla entre el pueblo o--

—De ninguna manera—. Interrumpió la reina riendo suavemente, pero había seriedad en su tono. —Te lo dije el otro día, Rheanith, perteneces a esta familia.—. Continuó acercándose a ella. —Y debes estar con ella.

Eran detalles como aquellos los que hacían que aquello fuera verdad. La mujer frente a ella la había demostrado más aprecio y respeto en unos días del que había recibido toda su vida por Rhaenyra y Leanor.

Rheanith sonrió levemente, antes de ver cómo Alicent se sentaba en el mismo lugar en el que había estado Aemond sentado unas horas antes. Se aclaró la garganta ante el pensamiento, sumándose a la reina en la búsqueda de una prenda con la que acudir a la coronación.
Sabía que en parte también había venido para asegurarse de que luciera un vestido, y aunque no le hacía especial ilusión llevarlo, lo haría en señal de agradecimiento ante la mujer que la había acogido con los brazos abiertos.

Eso sí, sería negro.

Alicent llamó a su doncella, quien trajo con ayuda de dos mujeres más un gran número de vestidos. Rheanith observó sorprendida todo aquello, forzando una sonrisa al ver a la reina volverse hacia ella emocionada.

Para la mujer de verde, elegir de aquella manera con la princesa el vestido que luciría generaba una gran alegría. A pesar de tener un hija con quien podría hacerlo, Helaena no disfrutaba de la compañía de su madre. Aquello generaba una inmensa tristeza e impotencia en Alicent, pues amaba a su hija más que a ella misma.

Cuando las criadas colocaron las prendas sobre la cama para dejar a la dos mujer solas, comenzó a mostrárselos todos. Rheanith observaba, detestando cada uno que le era revelado, y percatándose del único que la reina no había recogido de la cama, se acercó a él.

Al ver Alicent a la joven contemplar las telas de la prenda, y enseñárselo inocentemente, no pudo hacer otra cosa que sonreír. A diferencia del resto, que compartían distintas tonalidades de verde, el vestido era negro. Pero al final de la falda había pequeños destalles de verde oscuro. —Es perfecto para ti—. Dijo sincera. —¿Por qué no te lo pruebas?— Ofreció mientras caminaba hacia la salida. —Llamaré a un de las doncellas para que te ayuden.

𝐑𝐄𝐍𝐄𝐆𝐀𝐃𝐄, aemond targaryenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora