𝟶𝟺‖ ᴀɢᴜᴀs ᴛʀᴀɴǫᴜɪʟᴀs

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EL SONIDO DE LAS OLAS era lo único que se escuchaba mientras el escudo de la casa Velaryon ondeaba con la brisa del mar. Todos se habían reunido, escuchando a Vaemond Velaryon hablar en Alto Valyrio, recitando las palabras para despedir a su sobrina.

—Estamos aquí reunidos, en la Sede del Mar, para entregar a lady Laena, de la casa Velaryon, a las aguas eternas, los dominios del Rey Tritón, donde él la guardará hasta el fin de los días.

Entretanto, Rheanith permanecía junto a Aegon. Había apoyado la cabeza en el hombro del joven. Junto a Viserys, Helaena observaba junto a Aemond el suelo, permaneciendo en silencio sintiéndose igual de extraños en aquel lugar desconocido, rodeados de gente anónima para ellos. A su lado, Laenor observaba al ataúd de piedra, y al lado de este, Rhaenyra abrazaba por detrás a dos de sus tres hijos varones, los dos únicos presentes.

La joven princesa había buscado por el lugar al príncipe antes de tener que reunirse todos, encontrándolo bebiendo, ya aburrido de estar allí. Al verla, el chico había dejado caer su copa al suelo sin percatare, corriendo hacia ella. Ambos se habían abrazado, siendo observados en todo momento por las madres de ambos. Al contrario que Rhaenyra, Alicent sonrió al ver a los dos amigos reunidos, sabiendo lo mucho que su hijo había añorado a la joven.

Comenzaron a hablar, comentando las cartas que se habían estado mandando desde que ella había abandonado Desembarco del Rey.

—Al echarse a la mar para hacer su último viaje, lady Laena deja a dos hija legítimas en la orilla. Aunque su madre no regresará de su viaje, todas seguirán unidas por la sangre. La sal fluye por las venas de los Velaryon. Nuestra sangre es espesa. Nuestra sangre es pura. Y nunca debe diluirse.

Muchos habían entendido el doble sentido de aquellas palabras, mientras el hombre que las pronunciaba miraba a la madre y a los dos chicos de pelo castaño. Una risa llamó la atención de todos, y mirando en la dirección en la que provenía, encontró a un hombre con el característico pelo plateado que tan bien conocía.

Rheanith se permitió observarle. Nunca le había visto. Lucía un traje negro y parte del pelo recogido para apartar el pelo de la cara.

—Mi dulce sobrina, que los vientos sean tan recios como tu espalda. Tus mares, tan serenos como tu espíritu. Y tus redes, tan rebosantes como tu corazón.

Aegon suspiró aburrido, y Rheanith no pudo evitar sentirse igual. La mujer a la que despedían era su tía, hermana de su padre, y sin embargo, no la conocía. Nadie la había contado nunca nada de ella; no la conocía.

—Del mar venimos. Y al mar regresamos.

El ataúd cayó cuando as sogas se tensaron, sumergiéndose en las aguas para permanecer en ellas para siempre.

Poco después, todos se reunieron en un enorme balcón, hablaban entre ellos mientras los ánimos permanecían decaídos.

Rheanith se había sentado en el muro de piedra, observando el mar. Movía sus piernas, aburrida. Si saltaba, todo se acabaría. A poco más de un metro, el hombre que se había reído también se apoyaba en él, solitario.

Sentía la brisa en el rostro mientras observaba a los dragones sobrevolar el lugar. Veía a Kornatt en la playa, lejos de Syrax, Seasmoke y el resto de las criaturas. Suspiró, la gustaría estar con él en esos momentos. Pensaba  también en algo que Aegon había dicho. Él y su hermana, Helaena, habían sido prometidos.

Temía que Rhaenyra planeara prometerla a ella con alguien. Ambos tenían la misma edad, y sin embargo, ella no había sido informada de ningún tipo de compromiso. Tampoco la sorprendería que ya lo estuviera y nadie la hubiese dicho nada, al fin y al cabo, no tenían nunca en cuenta lo que ella deseaba. También pensaba en lo triste que se había puesto los dos chicos de cabello castaño al escuchar sobre la muerte de ser Harwin Strong en un incendio en medio de la noche. No evitó que una pequeña sonrisa apareciera en sus labios al recordarlo.

Cerca del balcón, se podía ver también a Laenor, quien se había arrodillado en la orilla de la playa mientras lloraba la muerte de su hermana. Tras ella, algo hizo que apartara la mirada de la escena, escuchando el sonido de un bastón.

—Tus hijas son la viva imagen de su madre. Un consuelo y un tormento, si mal no recuerdo—. Reconoció la voz de Viserys. —Los dioses son crueles.

—Contigo lo han sido especialmente—. Respondió el hombre sin molestarse en separarse del muro.

Rheanith tapó su boca, ocultando la sonrisa que había aparecido en sus labios al escuchar aquello. Quería reír, pero eso delataría que estaba escuchando la conversación, y definitivamente era lo más entretenido que había ocurrido en todo el día.

—Deberías venir a Desembarco del Rey—. Comentó el monarca. —Es hora de volver a tú hogar.

Aquello hizo que la sonrisa divertida desapareciera. A él, fuera quien fuera, le quería allí, pero cuando habían pedido al hombre desesperadamente que la permitiera quedarse a ella, se había negado.

—Pentos es mi hogar—. Respondió el hombre. —Y el de mis hijas—. Continuó.

—Daemon...

Aquello si que llamó su atención. Dejó de escuchar la conversación. Daemon. Aquel era el nombre de la persona que siempre había querido conocer, aquel del que había escuchado tantas historias, y aquel al que había admirado sin siquiera haberle conocido.

Miró en la dirección del dúo, solo para encontrar al monarca solo y al Príncipe Canalla desaparecido; abandonando el lugar para bajar a la playa. Observó también, como Rhaenyra se acercaba a sus dos hijos, quienes permanecían junto a las hijas de la difunta, antes de seguir al hombre hasta la arena.

Como muchos allí, también había escuchado los rumores que se cernían sobre aquel par, ahora reunido tras tantos años separados. Y temió, que su madre hubiese encontrado a un nuevo perro con el que distraerse.


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𝐑𝐄𝐍𝐄𝐆𝐀𝐃𝐄, aemond targaryenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora