𝟶𝟿‖ ᴛʀɪʙᴜᴛᴏs

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EL AMBIENTE ERA TRANQUILO, pero incómodo. Estaba claro que nadie quería estar allí y preferían estar haciendo cualquier otra cosa.

Rheanith estaba sentada frente al sitio en el que se sentaría Viserys. A su lado derecho, los recién prometidos hablaban todos juntos. Y a su izquierda, Helaena se encontrada perdida en su mundo como de costumbre.

Las criadas iban trayendo y colocando en la amplia mesa el festín, mientras las dos madres no se dirigían la palabra, y viendo que aquella situación permanecería así un tiempo hasta que el monarca se presentara en el lugar, agarró una servilleta. Comenzó a doblarla, aburrida. —Deberías acostumbrar a llevar vestidos más a menudo—. Escuchó un susurro tras ella. Rheanith puso los ojos en blanco al recocer la voz de Aegon —Parece que has llamando la atención de alguien—. Levantando la mirada, no encontró a nadie que la prestara atención, por lo que no pudo averiguar a quién se refería.

El príncipe se alejó de ella para acercarse a su hermano, quien se encontraba de pie no muy lejos de la mesa. Escuchó la conversación que mantenían, no teniendo nada mejor que hacer; algo sobre no ser aburrido y dejarse llevar creyó entender.

Levantó la mirada, encontrando a Helaena jugando con las mangas de su vestido dos sillas más alejada. Era muy posible que hubiese escuchado el comentario de su marido, y aunque Rheanith sabía que Aegon solo lo hacía para divertirse, pues con ella no intentaría nada, dio un par de toques en su brazo, llamando su atención. La joven la miró, clara confusión en su rostro; por qué ella querría hablarla.

Pero su mirada cambió al ver la flor de papel que la ofrecía. La joven vio las espinas que también tenía. Era sencilla, pero se veía bonita. Como Helaena. A los ojos de Rheanith, la princesa podía no demostrar ser peligrosa. Una joven hermosa, inocente y vulnerable, que en el fondo no lo es tanto.

La hija de la reina fue a contestar, pero se vio interrumpida cuando las puertas se abrieron de repente. Todos comenzaron a ponerse en pie, esperando a que el monarca ocupara su lugar ayudado de la guardia. Aguardaron en silencio, y quienes no se encontraban aun en sus sitios, fueron acercándose, quedando Rheanith entre Aegon y Jacaerys.

—Me llena de dicha veros esta noche... juntos—. Dijo Viserys débilmente mirando a su alrededor, deteniéndose en su hija y Daemon.

—¿Una plegaria?— Preguntó Alicent volviéndose hacia su esposo, quien afirmó. Rhaenith contempló arqueando las cejas cómo los hijos de la reina, su padre, y hasta Lucerys y Jacaerys juntaban las manos sobre la mesa. Los más cercanos a la mujer vestida de verde habían cerrado los ojos mientras ella recitaba. Divisó a Aegon, quien pareció hacerlo solo por compromiso, pero luego su mirada recayó en Aemond. Parecía un buen devoto entregado, lo que la hizo sonreír con burla.  —Que la Madre bendiga esta reunión con su amor, que el Herrero vuelva a forjar los lazos que se rompieron. Y que Vaemond Velaryon descanse en paz—. Ante aquello último, las miradas de Daemon y la suya coincidieron, y ambos compartieron una risa silenciosa que nadie pudo presenciar.

Todos abrieron los ojos al escuchar a Alicent finalizar. —Parece que en este día hay mucho que celebrar—. Comentó Viserys llamando la atención de todos. —Mis nietos Jace y Luke se casarán con sus primas Baela y Rhaena—, los susodichos compartieron una mirada mientras sonreían. —fortaleciendo el vínculo entre nuestras casa—. Continuó. —Un brindis por los príncipes y sus prometidas.

Alzaron las copas, y Rheanith comenzó a beber el vino en su interior. —Enhorabuena. Por fin yacerás con una hembra—.  Susurró Aegon lo suficientemente alto como para que lo escuchara el castaño junto a ella y su prometida. La primera se atragantó con la bebida, riendo mientras apoyaba la copa en la mesa. Baela miró al dúo con desprecio, mientras Jacaerys apretaba la mandíbula para intentar ignorarles.

𝐑𝐄𝐍𝐄𝐆𝐀𝐃𝐄, aemond targaryenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora