𝟶𝟹∥ ᴠᴇʀᴇᴅɪᴄᴛᴏ

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ESA MISMA MAÑANA, después de que Jacaerys preguntara sobre la veracidad de los rumores, Rheanith se dirigió a Pozo Dragón. Como todas las mañanas, la joven fue en busca de su dragón vestida en su traje de cuero negro. Llevaba el pelo recogido, pues no quería distracciones mientras hacía práctica de vuelo.

Deseaba convertirse en una excelente jinete; montar sobre él mientras partían hacia la batalla.

Al ver a la princesa, los Guardianes iban haciendo una reverencia a medida que ella iba avanzando frente a ellos. Finalmente, a solas en la oscuridad, sin la compañía de ninguna persona, recorría el interior en busca de su dragón.

Lo encontró, escondido entre las sombras, acechando a todo quien se aproximara. La verdad, era que la joven era la única que podía acercarse a él sin sufrir daño alguno. De lo contrario, si algún Guardián lo intentaba, o no era consciente de lo que hacía, acaba siendo devorado o quemado vivo por la criatura.

Así pues, aguardó a que bajara de las paredes, y quedando ahora frente a ella, la princesa tocó su cabeza. Sintió, al igual que él, paz.

Kornatt era uno de los dragones más antiguos que aún permanecía con vida. A diferencia del resto de criaturas de su especie que lucharon junto a sus jinetes en la Guerra de la Conquista, este no había tenido ninguno... hasta entonces. La chica, con no más de diez años, consiguió reclamarlo.

Como fuera, ambos se encontraban ya fuera de Pozo Dragón, sintiendo el aire de la madrugada. Todavía estaban en tierra, y ella observaba desde las alturas, montada en él, como los Guardianes se separaban del dúo. Pues si bien la criatura era peligrosa por sí misma, cuando le acompañaba la joven era mucho peor. Rheanith lucía esa sonrisa que la caracterizaba, aquella que hacía que no supieses nunca cuál sería su siguiente movimiento. Podías estar observando al dragón y su jinete, y en un momento, haber dejado se sentir, de respirar, de ver... de vivir.

Aquello había pasado en varias ocasiones, era una de las razones por la que Rhaenyra trataba de aquella manera a su primogénita, aquellas acciones desmesuradas y carentes de empatía y compasión.

Aquella sonrisa que lucía al hacerlo, encontrando en aquello un placer que no debería de existir. Y la heredera del rey temía que aquello continuara y aumentara con el paso de los años.

Así pues, pasó toda la mañana con él, practicando movimientos rápidos y repentinos que poder usar en el futuro. Amaba lo que sentía en las alturas, alejada de todo y de todos. Después subió más, sobrepasando las nubes.

También tuvo tiempo de pensar. Quería ir a buscar después a Aegon, quizá podrían ir por la noche a montar a sus dragones; volar y reír juntos antes de acostarse de nuevo en unos aposentos en los que podía escuchar cómo en la habitación de al lado su madre deseaba las buenas noches a sus hijos bastardos y no a ella.

Cuando quiso dejar al dragón descansar, hizo que descendiera. Una vez más, los Guardianes solo se alejaron al escuchar el rugido de la enorme criatura mientras esta se adentraba en el interior de Pozo Dragón.

De nuevo en la oscuridad, la joven bajó de él. Kornatt volvió a la gran cueva en la que le había encontrado, acomodándose antes de acercar su cabeza hacia ella una vez más. Rheanith sonrió, acariciándolo mientras él se permitía cerrar los ojos.

Furiosa al ser obligada a tener que dejarle allí, recorrió el lugar hasta llegar a la salida. No esperaba a nadie, pero al ver a un caballero de la Guardia Real, esperándola, fue lo que necesitó para saber que algo no iba bien. —Princesa—. Saludó el hombre haciendo una reverencia. La susodicha le observó seria, no deseando escuchar el motivo por el que había venido a buscarla.

𝐑𝐄𝐍𝐄𝐆𝐀𝐃𝐄, aemond targaryenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora