Aquella mañana no era una cualquiera, a Dione le esperaba una sorpresa en el salón. Vestida con su sencillo vestido de color rosa confeccionado por ella misma, con su larguísimo cabello castaño claro cayendo con naturalidad por su cuerpo, parecía seguir sus curvas intencionadamente. Su padre la esperaba sentado en su trono. El temblor de su pierna delataba su nerviosismo. Le solía pasar cuando se dirigía a su hija mayor para tratar cualquier tema. Dione miraba a su padre con desprecio, cualquier frase dirigida a él era lanzada con tono de reproche. Y él parecía dispuesto a aguantar, por crueles que fueran, las continuas provocaciones de su hija. Ella apareció y él pensó como cada día, tan bella como su madre. Violet siempre le dijo que la rebeldía de Dione traería problemas, que ese carácter suyo era complicado de domesticar. Como futura reina debía aprender a ceder, negociar, hasta mirar hacia otro lado si era necesario. Y ella era incapaz de moverse de los extremos. El rey se reía cuando su esposa le contaba esto preocupada, sin duda ella hubiera escogido a Atenea como reina. Él confiaba en Dione, era valiente como nadie mas en todo el reino, e inteligente. Dominic, el consejero del rey y preceptor de Dione se deshacía en halagos hacia la chica. Había aprendido a leer con gran facilidad, sabía entenderse con algunos visitantes en otras lenguas. Dejaba boquiabiertos a los caballeros cuando observaban su forma personal de manejar la espada. Sus movimientos eran tan rápidos y peculiares que era imposible deducir por donde atacaría. Aunque lo de Dione con la diplomacia parecía una riña sin posible reconciliación, el rey seguía pensando en ella como futura reina.
- El rey quería verme?- le preguntó Dione.
- Tu padre quiere verte- corrigió a su hija- debo hablarte de algo muy importante.
- Estoy intrigadísima- habló con ironía la princesa.
- Mis consejeros creen que todo rey necesita una reina para ciertas gestiones del castillo, vuestra educación y demás tareas- tragó saliva- estoy empezando a pensar seriamente en ello.
- Te estás riendo de mí? De verdad eres tan necio que crees que vas a poder contar con mi aprobación para volver a casarte? Te lo dije un día y esperaba que lo recordaras toda la vida. No dejaré que recuperes la felicidad por nada del mundo.
- Yo ya he renunciado a ser feliz Dione. Pero estás tú, tus hermanas, y toda esa gente de ahí fuera. Llevar todo esto no es fácil y tu no me ayudas. Debo seguir con esto y no me veo capaz de hacerlo yo solo.- le explicó el rey en tono de súplica sin recibir ni una pizca de misericordia por parte de su hija mayor.
- Es que me han dicho que tus ayudantes no reciben muy buen trato.-siguió Dione- Dime ¿que le pasó a la última? Me parece recordar que murió.-hizo una pausa- que pase un buen día majestad.
Le encantaba dejar a su padre con la palabra en la boca, era como recordarle que ella siempre era mas rápida e inteligente. Antes de ir en busca de su yegua pasó por la cocina para cortar un pedazo de pan. Le tocó el trasero a Gina, la cocinera y esposa de Dominic, lo que hizo reír a todos los presentes y se marchó devorando su desayuno. Como de costumbre, Linda movió nerviosa la cabeza y jugueteó golpeando el suelo con su patas mostrando alegría ante la presencia de Dione. Ningún caballo corría tan rápido como Linda. La princesa se sentía fuerte y libre cuando cruzaba las puertas del castillo a la velocidad del rayo, haciendo girar a quien dejaba a su paso. Los forasteros preguntaban ¿ quién es? la princesa, respondía la gente dejando estupefactos a los curiosos. Alguna gente la saludaba alegremente, otros hacían reverencia por respeto al rey aún sabiendo que aquello no agradaba a la princesa. Y otros, se apartaban sobresaltados, y la miraban con cara de desaprobación. Estos eran de la opinión que una princesa no debe ir por ahí cabalgando como una loca, con la melena al aire, vestida como cualquier campesina, con las faldas arremangadas, enseñando las piernas. Lo hacía desde pequeña porque no aguantaba estar encerrada en el castillo, lloraba sin cesar rogando poder unirse a los demás niños. Se disgustaba hasta el punto de enfermar. Así que los reyes al fin cedieron y dejaron que la niña hiciera la misma vida que cualquier niño del reino. Todos respetaron tal decisión al ver a la pequeña feliz jugando, corriendo, trepando y ensuciándose como cualquier otro niño, con sus dos inseparables amigos: Jack, hijo de Dóminic y de Gina, y Julien, hijo de campesinos. Pero todos esperaban que llegada una edad, Dione sentaría la cabeza y ocuparía su lugar asumiendo sus obligaciones como princesa y futura reina. Sin embargo ella seguía haciendo la suya sin obedecer a nadie, escudándose en la muerte de su madre.
Linda se sabía el camino a la perfección. Debía pasar a máxima velocidad entre los campos, luego abandonar el camino para cruzar el prado y aminorar el paso al adentrarse en el bosque. Seguir un caminito hasta escuchar el murmullo del río. Torcer a la izquierda hasta encontrar la roca de las manos. La que bautizaron con ese nombre Dione y sus dos amigos de pequeños, el día que la adornaron resiguiendo sus manos en ella con tinta de pétalo de flor. Y detrás de la enorme roca se encontraba su destino, el paraíso en el que tan buenos momentos vivieron los tres niños, en el que se hicieron mayores entre risas, riñas y juegos, juegos de niños y juegos de mayores. La cristalina agua del río parecía desprender destellos de luz con el reflejo del sol, la cascada golpeaba con fuerza haciendo aparecer la espuma blanca con la que tanto le gustaba mezclarse a la joven princesa. Dione se bajó de su yegua, se desató el lazo de su espalda y se liberó de su vestido dejándolo caer al suelo. Cogió una pastilla de jabón de las alforjas ,que le compró a un vendedor del norte, y se acercó al agua enseñando su cuerpo desnudo con toda naturalidad, sin vigilar a su alrededor. Caminó hasta que el agua cubrió sus pechos, entonces se acercó el jabón a su nariz y respiró profundo. En el castillo la rodeaban tantos malos olores que aquel aroma a jazmín era como oler el cielo, escapar de aquella podredumbre entre la que había nacido, mentes viejas e ignorantes, aprovechados, hipócritas e interesados.
No se podía decir que nadie hubiera visto a Dione desnuda en aquel bosque, porque eran muchos los que se habían quedado observando a la princesa como dios la trajo al mundo. Todos ellos decían que su cuerpo era tan hermoso que los ojos no podían dejar de mirarla. Como si ella en sí estuviera echa de embrujo. Por aquella razón algunas mentes enfermas hubieran tratado de aprovecharse de cualquier otra chica en aquella misma situación, de todas menos de Dione. Se decían tantas cosas de ella. Se sabía en todo el país y parte de países vecinos que conocían aquel reino, que ella era blanca y hermosa por fuera, pero por dentro era de color negro. Si le cortabas un brazo o una pierna salían gusanos y le crecían de nuevo , que si abría mucho la boca se conseguía ver las cenizas de su alma embrujada. Aquello le provocaba tanta risa a la princesa como a sus dos inseparables amigos, tanto que les dolía la barriga. Ellos sabían mejor que nadie que aquello no podía ser cierto. Ellos la habían abrazado, acariciado, besado, introducido su lengua dentro de su boca, recorrido cada rincón de su cuerpo, e incluso habían llegado a lo mas íntimo con ella. Los dos.
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EMBRUJOS Y HECHIZOS
FantasyA menudo en la historia de la humanidad, algunos hombres poderosos, aunque cobardes y acomplejados, sin encontrar armas para combatir la sabiduría y el conocimiento, que les hacían sentir seriamente amenazados, presentaron cargos contra ciertos pode...