— Ahí está otro pobre diablo...
Susurró el detective Plátano mientras se quitaba los lentes de sol y los limpiaba con su gabardina. Frente a él, estaba un charco naranja amarillento, junto al cadáver del Profesor Amango. Su cuerpo mutilado y cáscara cortada reposaban tristemente en el suelo, pelado de una forma imposible. Las gotas dramáticas de la regadera caían sobre el detective y la víctima, lavando lo que quedaba de pistas líquidas. ¿Cuál era? ¿El cuarto? ¿El quinto? Habían sucedido muchos en la última semana... Uno por día... Primero, la señora Manza, que fue encontrada por su marido en la tarde. No quedaba más que un montón de semillas y el corazón. Luego fue Mandarino, el gamberro. No era su fruta favorita, pero... ¡Un árbol de peras! Nadie merecía morir así. Su cáscara caída en el suelo, sus semillas tiradas dentro de él, como si un vampiro le hubiera chupado toda la pulpa y luego hubiera destrozado lo que quedaba. Dante el aguacate fue el tercero... No había quedado nada de él, excepto una semilla. Pero el peor era su compañera, Granadilla. Como si un montón de martillazos la hubieran destrozado, fue encontrada en el mismo lugar que los otros. El nuevo cementerio. Sus semillas habían desaparecido, dejando un cascarón sin vida. Su cáscara, tirada a su alrededor estaba rota en cortes puntiagudos, esa escena... Los forenses no tardaron en descubrir que había sido destrozada por una especie de martillo, pero no pudieron ubicar el arma asesina. Le dolía la perdida, pero sabía que debía continuar, esos asesinatos no habían parado, y su trabajo era encontrar al asesino. Fuera una fruta, un loco o una ola de suicidios, sea lo que sea, era su deber descubrirlo. Se alejó del cementerio tras ver al doctor. Debía saber por qué lo habían matado.
— ¿Necesita un descanso detective?
Preguntó Ki We, el jefe de la investigación. Sabía lo que había pasado con la compañera de Plátano, y sinceramente, sentía pena y compasión por él.
— Es lo que menos necesito. En su lugar, deberíamos solicitar un equipo de forenses... Debemos averiguar que le pasó al profesor.
Su jefe asintió mientras miraba a otro lado, incómodo y apenado por la escena. Juntos se alejaron del lugar pensando en lo que habían visto.
«Las víctimas no tienen relación entre sí... Es un pueblo pequeño, pero no por eso todos son amigos» Pensó mientras caminaba bajo la regadera, que mojaba su sombrero y gabardina. Podía escuchar los autos de los forenses llegando a revisar los restos. «De todos solo quedaron las cáscaras, las semillas o ambas...»
Siguió divagando mientras observaba el entorno. Empezaba a amanecer, y podía notar la luz asomándose por la ventana. Ese pueblo es lo único que había conocido, y era su hogar. Vivía ahí desde unas semanas, y sabía que siempre sucedían asesinatos o desapariciones, pero nunca habían sido tan brutales. Por eso se volvió detective. Quería saber que pasaba con toda esa gente que desaparecía o moría de la nada. Era su única razón para seguir pistas que no conducían a ningún lado y revisar historiales que no tenían nada que ver uno con el otro. De todas esas investigaciones solo había sacado algo. Todas las noches, había un fongonazo de luz, un rayo que recorría todo el pueblo. Luego desaparecía tan rápido como aparecía, pero no parecía durar más de unos segundos, no lo suficiente para que sucedieran todas esas... Atrocidades. Siempre se repetían a dos horas exactas... Cinco de la mañana y siete de la noche. Sin embargo, la gente solo moría durante el fongonazo de las cinco. No creía en fantasmas o monstruos. Los monstruos como tal, solo existen en la gente. No hay nada más... Pero algo en su interior le hacía creer lo contrario, lo único lo suficientemente sádico y veloz para cometer esos crímenes era un espectro o una bestia directamente salida de las pesadillas de un niño. Podía descubrirlo... Debía hacerlo.Al llegar a su despacho, se sentó frente a su mesa transparente, en un lugar frío y blanco. Todos trabajaban ahí, y arriba, la profesora Apio estaba enseñándole a un montón de niños matemáticas.
"Una manzana y Un manzano dan..."
"¡Dos manzanas!" Respondían los niños. Una ternura... Todos tan tranquilos, inocentes, sin saber el horror que había cerca. El extraño caso que se desarrollaba justo debajo. Revisaba notas... Todos encontrados después, pero los analistas decían que sucedieron cerca de las cinco de la mañana, cerca del fongonazo... Unas veces un cuchillo, otras una especie de martillo inmenso y curvo. Era todo lo que tenían, la hora de muerte y una causa aproximada de la misma. Suspiró y empezó a estudiar el historial de las víctimas. La señora Manza estaba casada con el señor Manzano, tenían un hijo de color verde. Mandarino no hacia más que graffitis ácidos y tomar agua. Dante trabajaba en un Call Center. Si, era un buen sujeto, y de hecho lo atendió dos veces con un problema respecto a su escritorio, pero no era alguien interesante... Excepto por un detalle. Su última llamada. Era dirigida a Granadilla, su compañera. Parpadeó y volvió a revisar el historial. Si, él no había recibido la llamada, la había hecho... Rápidamente, se levantó, tenía una pista. Salió de su despacho en dirección al call Center.

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Relatos varios
RandomFanfics, dedicaciones e historias que se me ocurren de vez en cuando. ¿Quieres una historia? ponte en contacto conmigo, y en una semana o dos, tendrás un bonito texto de dos a cinco páginas basado en tu pedido. Desde relatos cortos llenos de intriga...