La Peor Jaula

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 Me presento. Soy Bestia... El Hombre me dice que es educado presentarse antes de empezar... Bueno, todo. Todo merece un nombre, dice él. Dice que todos merecen una historia para contar... Aún si esa historia no es verdadera. También dice que todos merecemos un aspecto: Soy grande, muy grande. Tengo pelo, mucho pelo, y mis manos son inmensas y suaves como balones, pero tengo garras tan afiladas como navajas, que pueden arañar rocas como si fueran pedazos de mantequilla... ¿Pero acaso esto importa? Nunca me has visto, y probablemente, nunca lo hagas... Ni a mi, ni a mi sombrero de cascabeles.

Escucho su tintineo todas las noches, me gusta agitarlo en mis manos cuando no puedo dormir, mientras miro la casi infinita carpa de colores que se eleva en un brillante cono frente a mí. Es impresionante... Es todo lo que conozco, los payasos, las risas, el público, siempre cambiando, pero siempre siendo la misma olvidable masa de individuos, que sonríen y que lloran, según lo que El Hombre dice. Él conoce el mundo. Él sabe más que nadie, y conoce lo que hay que decir. Sabe lo que pasará y sabe cómo pasará... Sabe en qué momento reirán, sabe si llorarán, sabe si me temerán. Me dice que hacer, y siempre que Él dice que haga algo, y lo hago bien, todos los planes funcionan. Me ha regalado mis cascabeles, me ha regalado un hogar, y me da comida... También me educa. Nos educa a todos. Nos enseña todo lo que sabe, nos dice cómo debemos vivir, nos enseña cómo actuar en la carpa, para que el público reaccione como lo tenía planeado. Nos enseña a actuar, a movernos y a comer. Todo lo que sé, incluso escribir, hace parte de lo que él me ha enseñado. El hombre sabe, El Hombre enseña y El Hombre nos conoce... Sabe cómo mirarme a los ojos, sabe cómo analizar mi mirada, y saber cómo me siento. Sabe si estoy mintiendo, si estoy pensando o si estoy alegre... Después de todo, él me enseñó a hacer todo eso; es difícil ocultarle trucos a tu maestro, sobre todo si él te los enseñó... Principalmente, él sabe ver cuando estoy pensativo... Sabe en qué estoy pensando, qué me pregunto... Qué dudo. ¿Fue acaso por mi rugido menos fuerte? ¿Por perder el equilibrio? ¿Esa milésima de retraso en la obra? No lo sé, no lo sé... Pero él sí.

Me ha hablado. Él habló conmigo, me comentó lo mucho que me apreciaba... Pero también me habló del exterior... Me habló de los colores de la carpa...

"Son bonitos ¿No?"

Me preguntó mientras servía algo de té en una tacita, esa bonita taza que solo yo sé usar. Asentí, mientras empezaba a beber. El hombre me miró con su compasiva mirada, mientras en uno de sus movimientos, hacía aparecer algo de té para él. Su siguiente pregunta me tomó por sorpresa, mi silencio fue como un corte en el aire, que solo hizo que El Hombre se quitara el sombrero de copa y lo dejara en una mesa cercana.

"¿Cuántos de esos colores crees que hay afuera?"

Dudé. Dudé mucho, perfectamente pude estar horas dudando... Hasta que pude responder. No lo sabía. Sabía que el marrón y el verde estaban, y supuse que los colores del público se podrían repetir en el exterior. Sus camisetas y camisas coloridas, de blanco, azul, negro... El Hombre me asintió comprensivo mientras servía más té en mi tacita. Solo los susurros de los pliegos de su ropa revelaba que aún había sonido, que no estaba sordo.

"¿Y te gustaría saber cuáles colores hay allá afuera?"

Me preguntó, mientras su mirada se posaba cuidadosamente en un baúl, que se abrió con un crujido. Caminó hasta él y sacó unas fotos... Eran todas... Tristes... Blancas con negro, de un tono incómodamente amarillo... Los humanos de esas fotos eran... Serios. Sus miradas eran inexpresivas... ¿Así es acaso el resto de los que son como El Hombre? ¿Serios? ¿Distantes? La ausencia de colores... Eso era lo más raro... ¿Dónde estaba todo el color? ¿Y las camisas azules? ¿Siempre fueron blancas? Tragué saliva y miré a una de las paredes de la carpa... El hombre caminó a mi alrededor y sus delicadas manos enguantadas se posaron en mis hombros, mientras su voz, susurrante y amable volvía a entonarse como una melodía.

"¿Y qué hay de la gente? ¿Sabes como es?"

Preguntó mientras las fotos seguían pasando frente a mí, como un baile cuidadoso y metódico, en el que cada movimiento, cada orden, cada paso era absolutamente planeado. Negué... No sabía cómo eran ¿Amables? ¿Alegres? ¿Cómo podía saberlo? Conocía al Hombre... Y conocía al público... ¿O los conocía en serio? Todas las noches solo veía sus alegres caras, sus ojos posados en mí con emociones... Pero me veían de lejos... ¿No es así?

"Y dime... ¿Crees que te temerán?"

No había pensado que eso podría pasar... Mis manos, temblorosas, se alzaron frente a mi rostro, y por primera vez, pude ver mi manos en serio... Grandes... Pesadas... ¿Peligrosas tal vez? Inconscientemente, mi otra mano flotó hasta mi boca y tocó mis colmillos. Afilados, duros, puntiagudos... Recordé a mis amigos, que me veían comer carne, desgarrarla de un tirón brutal e impresionante... Pero... ¿No es eso muy fuerte? ¿Podrían hacer daño sin querer?

"¿A dónde irías mi querido amigo? ¿Vagarías por los bosques? ¿Por las ciudades de concreto, llenas de humanos?"

Sus cuestiones, llenaban mi mente de dudas, de preguntas... ¿A dónde podía ir? ¿Podría ir a algún lado con este bestial aspecto? ¿Qué podría hacer? ¿Siquiera sería verdaderamente libre en un mundo que me teme y me obliga a huir? Las dudas, azotando mi mente, fueron incapaces de protegerse de la última pregunta, que como una puñalada, se hundió en mi interior, tocando lo más profundo de mi alma...

"¿Qué hay de nosotros? ¿Nos podrías encontrar?"

Preguntó mientras suavemente hacía resonar uno de mis cascabeles, justo al lado de mi oído, para que pudiera escuchar por completo su bonito tintineo... Su familiar y amigable tintineo... Si me iba... ¿Lo podría escuchar? ¿Volvería a escuchar la voz de El Hombre? ¿O se volverían pequeños vistazos fugaces de mi vida? ¿Pequeñas ventanas demasiado lejanas para abrirlas y tan familiares como mi rostro?...

El Hombre se apartó de mí y con cuidado, depositó los cascabeles en mi mano, sus silenciosos pasos, como de un gato le llevaron hasta la puerta, que se abrió con un movimiento del viento, mientras El Hombre decía unas últimas palabras...

"Eres tan libre de irte como de quedarte..."

Susurró mientras salía de la sala, cerrando la puerta detrás de mí... Lo único con lo que me pude quedar, fue mi querido cascabel, que inconscientemente empecé a sacudir... Tan familiar... Tras mirar a mis espaldas una última vez, a las puertas de la carpa, abiertas como una señal de libertad... O unas aterradoras mandíbulas, que me llevarían a un mundo desconocido.

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