Wooyoung

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boy next door#‹₃

Lo veía casi siempre

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Lo veía casi siempre. Es decir, era mi vecino, es obvio. Nunca hablamos más que lo normal (buenos días, buenas tardes, ese tipo de cosas). Viví en ese edificio unos cinco años, desde que comencé el colegio hasta mi primer año de trabajo, luego debí moverme. Recuerdo que, mientras dejaba las cajas afuera del apartamento, él me observaba, con su novia al lado, contándole algo. No les presté mucha atención, estaba más concentrada en mis cosas que en lo que pudieran pensar dos chicos que se la pasaban haciendo sus cosas en la madrugada sin dejarme dormir en paz. Cuando saqué al gato, la chica hizo una mueca de asco y se paró derecha.

―Así que eso es lo que nos molesta cuando intentamos dormir― comentó, y entró al apartamento. La miré pero no dije nada.
―¿El gato va en el camión?― preguntó uno de los señores de la mudanza. Negué con la cabeza.
―Lo llevo yo, se estresa― respondí. Asintió, agarrando la última caja―. Bajo en un momento.
―Claro.

Dejé al gato al lado de la puerta y miré mi antiguo apartamento. Tenía las paredes color beige, las había pintado el segundo año que había vivido ahí, y estaba completamente limpio. Lo único que había de más era la rejilla de ventilación, que había puesto luego de una casi intoxicación por monóxido de carbono. Por lo demás, estaba casi como cuando lo había alquilado. Suspiré y asentí, sacando la llave de mi llavero, para dárselas al portero. No las necesitaba. Metí el llavero en el bolsillo y cerré la puerta, luego giré para agarrar al Señor Gordo, que maullaba en su canil. Miré a mi vecino, que tenía una botella de agua en su mano. Asentí con la cabeza, saludándolo, y me dirigí a las escaleras. Mi etapa viviendo ahí había terminado por fin. Ahora, comenzaba una nueva, en la que estaría más cómoda y completamente realizada al vivir en uno de los complejos de apartamentos más caros, todo gracias a mi carrera.

»«

Escuché al Señor Gordo maullar y levanté la vista de la computadora. Estaba sentado al lado de la puerta, mirándome. Suspiré, mirando la hora, y cerré el archivo, luego apagué la computadora. Me paré, fui a buscar la correa y una botella con agua, y agarré el celular. Me acerqué al Señor Gordo y le puse la pechera y la correa, con el ceño fruncido.

―Señor Gordo, sabes que estoy trabajando― dije―. Que pase más tiempo en casa no significa que haya dejado de trabajar. Además, no podemos estar saliendo todo el tiempo― me paré y alcancé una máscara―. ¡Ahí afuera hay una pandemia total! No puedo enfermarme.

Maulló, parándose y moviendo la cola. Asentí, poniéndome la máscara, y saqué las llaves de la puerta, luego abrí para que saliera. Mientras él maullaba, yo aseguraba la puerta, en silencio. Escuché que otra de las puertas se abría y levanté la vista, mirando en esa dirección. Un chico bastante conocido salía, con una máscara puesta y auriculares puestos. Parecía que iba a hacer ejercicio, porque iba completamente vestido con ropa deportiva. Miró su reloj de muñeca y se dirigió caminando al elevador. Me apuré a seguirlo, porque el Señor Gordo no era un gato de escaleras, y ya iba hacia el elevador. Agradecía que no había querido adoptar un perro, porque me habría arrastrado hasta el elevador. Antes de que las puertas se cerraran, entré, parándome al lado del chico, y lo vi pulsar el botón que nos llevaba hasta la planta baja. El Señor Gordo maullaba, mientras se paseaba entre las piernas de él y las mías, moviendo la cola. El chico lo miraba, en silencio.

O N E S H O T S {Ateez}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora