Hacía una semana que me habían dado el alta hospitalaria. Todavía no se explicaban ese estado de coma tan repentino. Por mutuo acuerdo de mis padres, decidieron que no volviera al instituto hasta dentro de unos días por si volvía a sucederme el extraño suceso. Finalmente se dieron cuenta de que únicamente estaba perdiendo días de clase y por lo tanto me obligaron a volver a las aburridas horas donde me sentía prisionera del olvido y miradas de curiosidad.
En los pasillos y en clase principalmente, me había vuelto "famosa". Dado que me conocían por la chica que se había intentado suicidar dos veces en menos de seis semanas. Incluso recibí una nota de carácter anónimo que decía que sería mejor volver al psiquiátrico de donde había salido que volver al instituto.
No entendía toda aquella clase de comentarios ya que qué les importaba lo que me sucediese si para ellos era invisible hasta el momento. Preferiría las cosas como estaban antes que no ganarme una fama que no me merecía.
Otra de las cosas que cambió en mi monótona vida fue el incremento de vistas al hospital y a la psicóloga. Aquellas personas que creían saber mucho en su especialidad coincidían al afirmar que tenía un problema, pero todavía no habían determinado cuál era. Los médicos no paraban de enviarme a hacer pruebas de todo tipo como analíticas, radiografías, resonancias... Por otra parte, la psicóloga me atosigaba a preguntas de todo tipo como si comía bien, qué tal me iba en el instituto, con los amigos o con mis padres o si había vivido alguna escena delicada estos últimos días.
Aquel suplicio parecía no acabar nunca. Todos querían respuestas. Sin embargo, no les podía decir que mi único problema era que no había vuelto a hablar con Silencio. Esa persona que para muchos es ficticia, la única que me comprende y me ha aportado los mejores momentos de mi vida. Parece irreal, pero él ha sido el que me ha mantenido cuerda durante todo este tiempo. No sabría que sería de mi vida si no fuese gracias a él.
La última vez que estuvimos conversando, noté que había algo importante que me tenía que decir. Hasta el momento había hecho diferentes elucubraciones sobre qué podría ser. El problema es que nunca llegaba a buen puerto cuando entraba en esa debacle y además no se me borraba de mi cabeza su cara de preocupación.
Había intentado diversas formas de acceder a Silencio, pero todas eran callejones sin salida. Lo máximo que alcancé a averiguar fue que lo notaban raro como si no pareciese el mismo de siempre. Hecho que provocó el efecto contrario al que deseaba: preocuparme todavía más.
Tampoco podía decirle a la psicóloga o mejor dicho gritar a los cuatro vientos que era una chica del montón encadenada a una vida que nunca me preguntaron si la deseaba. No me gustaba en absoluto mi vida, no quería tener padres bastante pasivos con su hija que cuando estaban en una misma habitación empezaban a gritarse y reprocharse errores del pasado. Ni quería el cuerpo que tenía. Nada de todas estas cosas aparecen en la letra pequeña del contrato que firmas llamado nacer.
Otro cambio que se propició fue mi forma de pensar. No sabía por qué, pero tenía la extraña sensación que estos dos incidentes eran el preludio de algo que todavía estaba por llegar. Un decisivo punto de inflexión en mi vida que me producía tanto miedo como inquietud. Todo era cuestión de esperar.
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Memorias del silencio
Dla nastolatkówTodo el mundo puede tener días buenos, pero también malos. Cada persona tiene sus problemas y preocupaciones. Para Annabelle Williams, su vida no es lo que se llama perfecta, prefiere la soledad y la tranquilidad a la compañía humana. Ella todavía...