Epílogo

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- A Daisy le gusta mover la colita.

Desde la puerta que daba al jardín, Gulf observaba la escena con su corazón palpitando, veía la espalda de Mew, que cantaba en español, aunque no sabía qué decía, mientras tocaba la guitarra y a su pequeña Daisy mover el trasero entre risas y chillidos, con sus pies desnudos sobre la hierba.

Con la ola de calor que estaban viviendo, poder estar al aire libre era un privilegio, pero a esta hora no llegaba el sol en esta área y estaba seguro de que Mew debía estar agotado luego de todo un día distrayendo a la niña de la incomodidad.

Se acercó rápidamente, abrazando la espalda musculosa de su esposo, dándole un beso en la nuca antes de que girara a mirarlo y susurró en su oído.

—Te amo.

—¡Papi Gulf! —gritó Daisy, corriendo hacia ellos, en el mismo instante que Mew tiraba la guitarra y lo tomaba por la cintura, sentándolo en su regazo, dándole esa mirada de reconocimiento, llena de ternura, incluso necesidad, suspirando antes de que la niña se encaramara en las piernas de Gulf también, besándolo efusivamente.

—Los he extrañado con locura —chilló, tocando sus rostros, mirándolos de forma alterna antes de besarlos de la misma manera— ¿Qué han hecho sin mí?

—¡Bailar! —gritó Daisy, deslizándose hasta el suelo otra vez, moviéndose al ritmo de una música en su cabeza— tío Bright dijo que podía llevarnos al aeropuerto, pero papi Mew dijo que no —hizo un puchero que apenas ocultaba la risa de su redonda carita.

—Porque nadie nos cuida mejor que nuestro Mew —lo besó de forma sonora en la mejilla, sintiendo la presión de los dedos en la cintura— estás muy callado.

—Ustedes parecen cotorras —exclamó riendo— ¿Cómo quieren que hable?

—Ha hablado mucho en estos días —protestó la niña, cruzando los brazos sobre su pecho— tranquila, Daisy, no toques eso, Daisy, duérmete, Daisy.

—¡Ah! Así que tienes muchos reclamos sobre mí —besó a Gulf en la mejilla y lo apartó de su regazo, poniéndose de pie— espera que te encuentre, diabla y verás cómo te hago reclamar de verdad.

—¡No! —chilló la pequeña sin parar de reír, comenzando a correr por el pasto— cosquillas ¡No!

Los observó jugar, sintiendo sus ojos humedecerse, a veces no podía creer que tuviese tanta felicidad en su vida.

Daisy ya tenía cinco años y era la personita más fantástica que conocía, siempre fue tan activa y aunque ahora recordaba esos primeros meses con amor, sabía que fue un periodo de adaptación que sacó lo mejor y los peor de ambos. Noches de insomnio, cansancio, frustración y reconocer que Mew tenía muchas habilidades de las que él mismo carecía a la hora de ser padres fue algo que lo hizo llorar en varias ocasiones.

A veces todavía sufría esa angustia, pero cuando veía a su hermosa Daisy, su corazón explotaba de amor y la idea de no tenerla en su vida era algo que no lograba ni siquiera dimensionar. Ese pensamiento fue su motor a la hora de descubrir qué clase de padre era para ella, porque, tal como Mew le insistía, no era necesario cumplir con un rol que no le acomodaba, mientras hubiese amor, él siempre estaría a su lado para dar equilibrio a lo que Daisy necesitara.

Fue como quitarse un peso de encima y, aunque no siempre se sentía seguro de lo que hacía, descubrió que amaba leerle cuentos por las noches, inventar historias, crear figuras de distintos colores y, a medida que fue creciendo, también fue encontrando nuevas maneras de conectar con ella desde su expresión artística, siendo este un gran descubrimiento, porque comprendió que no sólo se trataba de bailar sobre un escenario.

Así, tal cual - MewGulfDonde viven las historias. Descúbrelo ahora